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Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, Apuntes de Conflictología

Veinte poemas de amor y una canción desesperada es una de las obras más emblemáticas de la poesía amorosa en lengua española. Publicada por primera vez en 1924, esta obra consolidó el prestigio literario de pablo neruda y se ha convertido en un clásico de la literatura hispanoamericana. Los poemas que conforman este libro destacan por su intensidad lírica, su exaltación del erotismo y la naturaleza, así como por la presencia de un tono melancólico que los vincula a la tradición romántica. Estos poemas, considerados verdaderas cimas de la poesía amorosa, exploran temas como el cuerpo femenino, el amor, la soledad y el paso del tiempo, a través de un lenguaje poético de gran belleza y profundidad. La obra ha trascendido las fronteras de la literatura y se ha convertido en una referencia ineludible para quienes se interesan por la poesía y el amor.

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 03/04/2024

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¡Descarga Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda y más Apuntes en PDF de Conflictología solo en Docsity!

Publicado por primera vez en 1924, Veinte poemas de amor y una

canción desesperada es quizá el libro de Neruda que ha obtenido una

más vasta popularidad y a la vez significó la plena consolidación del prestigio literario de su autor en el área hispánica. Obra de gran

envergadura literaria, el remanente de la herencia modernista fue aliado

en ella por Neruda de modo admirable a los hallazgos expresivos de la nueva vanguardia en una serie de piezas de conmovida intensidad lírica,

cuyo acento de plenitud vital, exaltación genésica y erotismo panteísta

cede el paso, en la hora de los duelos y las separaciones, a un tono de

melancolía que le hermana a la herencia romántica. Intocables en su definitiva rotundidad de pieza maestra, estos Veinte poemas de amor y

una canción desesperada constituyen sin duda una de las mayores

cimas de la poesía amorosa en lengua castellana

  • Fecha de publicación:

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros y en mí la noche entraba su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo. Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme. Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia! Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mía, persistirá en tu gracia. Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso! Oscuros cauces donde la sed eterna sigue, y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, lento juego de luces, campana solitaria, crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, caracola terrestre, en ti la tierra canta!

En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye como tú lo desees y hacia donde tú quieras. Márcame mi camino en tu arco de esperanza y soltaré en delirio mi bandada de flechas.

En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla y tu silencio acosa mis horas perseguidas, y eres tú con tus brazos de piedra transparente donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.

Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla en el atardecer resonante y muriendo! Así en horas profundas sobre los campos he visto doblarse las espigas en la boca del viento.

Es la mañana llena de tempestad en el corazón del verano.

Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes, el viento las sacude con sus viajeras manos.

Innumerable corazón del viento latiendo sobre nuestro silencio enamorado.

Zumbando entre los árboles, orquestal y divino, como una lengua llena de guerras y de cantos.

Viento que lleva en rápido robo la hojarasca y desvía las flechas latientes de los pájaros.

Viento que la derriba en ola sin espuma y sustancia sin peso, y fuegos inclinado.

Se rompe y se sumerge su volumen de besos combatido en la puerta del viento del verano.

para tus blancas manos, suaves como las uvas.

Te recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo Y las hojas caían en el agua de tu alma.

Apegada a mis brazos como una enredadera. las hojas recogían tu voz lenta y en calma. Hoguera de estupor en que mi sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina gris, voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban mis profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros. Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma! Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos. Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

Abeja blanca zumbas —ebria de miel— en mi alma y te tuerces en lentas espirales de humo.

Soy el desesperado, la palabra sin ecos, el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última. En mi tierra desierta eres tú la última rosa.

Ah silenciosa!

Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche. Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

Tienes ojos profundos donde la noche alea. Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

Se parecen tus senos a los caracoles blancos. Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

Ah silenciosa!

He aquí la soledad de donde estás ausente. Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

El agua anda descalza por las calles mojadas. De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma. Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.

Ah silenciosa!

Ebrio de trementina y largos besos, estival, el velero de las rosas dirijo, torcido hacia la muerte del delgado día, cimentado en el sólido frenesí marino.

Pálido y amarrado a mi agua devorante cruzo en el agrio olor del clima descubierto. aún vestido de gris y sonidos amargos, y una cimera triste de abandonada espuma.

Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única, lunar, solar, ardiente y frío, repentino, dormido en la garganta de las afortunadas islas blancas y dulces como caderas frescas.

Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos locamente cargado de eléctricas gestiones, de modo heroico dividido en sueños y embriagadoras rosas practicándose en mí.

Aguas arriba, en medio de las olas externas, tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos como un pez infinitamente pegado a mi alma rápido y lento en la energía subceleste.

Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas la mitad de la luna. Girante, errante noche, la cavadora de ojos. A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.

Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye. Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas, mi corazón da vueltas como un volante loco. Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos, a veces fulgurece su mirada debajo del cielo. Quejumbre, tempestad, remolino de furia, cruza encima de mi corazón, sin detenerte. Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta. Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella. Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga. Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas. Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio, allá nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.

Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos, es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría. Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.

Ay seguir el camino que se aleja de todo, donde no está atajando la angustia, la muerte, el invierno, con sus ojos abiertos entre el rocío.

Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día. Llegas como el rocío a las corolas. Socavas el horizonte con tu ausencia. Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento como los pinos y como los mástiles. Como ellos eres alta y taciturna. Y entristeces de pronto como un viaje.

Acogedora como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces nostálgicas. Yo desperté y a veces emigran y huyen pájaros que dormían en tu alma.

Juegas todos los días con la luz del universo. Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua. Eres más que esta blanca cabecita que aprieto como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo. Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas. Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur? Ah déjame recordarte como eras entonces cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada. El cielo es una red cuajada de peces sombríos. Aquí vienen a dar todos los vientos, todos. Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros. El viento. El viento. Yo solo puedo luchar contra la fuerza de los hombres. El temporal arremolina hojas oscuras y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes Tú me responderás hasta el último grito. Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo. Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, y tienes hasta los senos perfumados. Mientras el viento triste galopa matando mariposas yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí, a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan. Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes. Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote. Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado. Hasta te creo dueña del universo. Te traeré de las montañas flores alegres, copihues, avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.