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TÚ Y LA MEDICINA - Carlos Alberto Seguín Escobedo, Apuntes de Psicología

Tú y la medicina de Carlos Alberto Seguín Escobedo

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 15/06/2021

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TÚ Y LA MEDICINA
Carlos Alberto Seguín
Hijo mío: Tú quieres ser médico. Tu idea me halaga y me preocupa. Me halaga porque, a través de veinte y cinco años, la
vida me ha enseñado a respetar, honrar y amar mi profesión; me halaga porque significa que, en el juicio, inmaduro
pero no convencional, de tus pocos años, has aprendido a mirar el quehacer de tu padre como una aspiración para ti.
Me halaga porque me dice que has sido capaz de comprender algo de lo que la medicina es como ideal y como
posibilidad.
Me preocupa tu decisión porque me pregunto sí, en realidad, sabes lodo lo que ser médico significa; me preocupa por
que quisiera adivinar si detrás de ella hay solamente un deseo de imitar o si se apoya, consciente o inconscientemente,
en un sentimiento básico que debe informar toda la vida del que a la medicina se dedica.
No lo y es por eso que, al cumplir los veinte y cinco años de labor, quiero, en estas páginas, decirte lo que creo que un
médico es y lo que creo que es la medicina. Espero que, al leerlas, te acerques más a la realidad de esta profunda ciencia
y maravilloso arte, que la veas a través de unos ojos que han visto mucho y la ames junto a un corazón que la ha amado
siempre.
¿Por qué somos médicos?
¿Qué es lo que nos lleva a los médicos a entregar la vida a nuestra profesión? Si pudiera responderse a esta pregunta se
habrían solucionado los más serios problemas, al asegurar, no solamente su ejercicio recto y cabal, sino la felicidad de
quienes a ella se dedicaran.
Superficial es despreciar o ignorar motivos como la creencia de que la medicina es una forma de ganar dinero fácilmente
o de alcanzar un puesto destacado en nuestra sociedad. Si estos motivos existen no hacen sino traducir problemas más
profundos. Si lo que a un hombre guía es la ambición de dinero o el espejismo de una posición, ello nos está indicando
que ese hombre, por alguna razón que es indispensable conocer, inviste el dinero o el prestigio con valores especiales.
Más adelante trataremos de comprender ese punto de vista, pero quiero que, desde ahora, sepas que se basa en un
error. A quien toma nuestra profesión como un medio y no como un fin, nada le será fácil. Encontrarás terriblemente
dificultoso el pasar a través de los años de estudio y de práctica: la culminación de cada etapa será un esfuerzo sin
satisfacción ni premio y, una vez obtenido el título cada día significara una angustia, cada enfermo, un temor, y cada
oportunidad, un sufrimiento. Quien quisiera ganar dinero fácilmente con la medicina se convencerá bien pronto de que
no llegará a ser uno de esos “grandes médicos” que “ganan dinero a manos llenas” porque, precisamente, su afán de
hacerlo mutilará sus posibilidades y porque su manera de enfrentar los problemas de la profesión lo derrotará día a día y
hora a hora.
Será como el que se casó por interés y se encuentra con que su consorte, a la que no sabe amar, le pide mucho, lo
esclaviza sin piedad y no le da nada de lo que aspiraba.
Pero aún, si lograra esos propósitos, llorará su fracaso, más definitivo porque comprobará dolorosamente que el "éxito"
no es sino un espejismo; que, con cada paso adelante, una nueva inquietud, una nueva insatisfacción, una nueva
angustia lo atenazan. Lo que da la felicidad no es sino la paz interior, la sensación de que hemos cumplido con nosotros
mismo y que nos hemos realizado en ese mundo de los valores, distinto y superior al de las satisfacciones inmediatas.
Puede la psicología dar cualquier nombre a esa necesidad que el hombre tiene de estar de acuerdo con lo mejor de su
Yo, pero es una verdad -que comprobarás paso a paso, que no se puede ser feliz sin estar en paz consigo mismo y que
no se puede estar en paz consigo mismo si no se vive de acuerdo con verdades que trascienden la realidad de todos los
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¡Descarga TÚ Y LA MEDICINA - Carlos Alberto Seguín Escobedo y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity!

TÚ Y LA MEDICINA

Carlos Alberto Seguín

Hijo mío: Tú quieres ser médico. Tu idea me halaga y me preocupa. Me halaga porque, a través de veinte y cinco años, la vida me ha enseñado a respetar, honrar y amar mi profesión; me halaga porque significa que, en el juicio, inmaduro pero no convencional, de tus pocos años, has aprendido a mirar el quehacer de tu padre como una aspiración para ti. Me halaga porque me dice que has sido capaz de comprender algo de lo que la medicina es como ideal y como posibilidad.

Me preocupa tu decisión porque me pregunto sí, en realidad, sabes lodo lo que ser médico significa; me preocupa por que quisiera adivinar si detrás de ella hay solamente un deseo de imitar o si se apoya, consciente o inconscientemente, en un sentimiento básico que debe informar toda la vida del que a la medicina se dedica.

No lo sé y es por eso que, al cumplir los veinte y cinco años de labor, quiero, en estas páginas, decirte lo que creo que un médico es y lo que creo que es la medicina. Espero que, al leerlas, te acerques más a la realidad de esta profunda ciencia y maravilloso arte, que la veas a través de unos ojos que han visto mucho y la ames junto a un corazón que la ha amado siempre.

¿Por qué somos médicos?

¿Qué es lo que nos lleva a los médicos a entregar la vida a nuestra profesión? Si pudiera responderse a esta pregunta se habrían solucionado los más serios problemas, al asegurar, no solamente su ejercicio recto y cabal, sino la felicidad de quienes a ella se dedicaran.

Superficial es despreciar o ignorar motivos como la creencia de que la medicina es una forma de ganar dinero fácilmente o de alcanzar un puesto destacado en nuestra sociedad. Si estos motivos existen no hacen sino traducir problemas más profundos. Si lo que a un hombre guía es la ambición de dinero o el espejismo de una posición, ello nos está indicando que ese hombre, por alguna razón que es indispensable conocer, inviste el dinero o el prestigio con valores especiales.

Más adelante trataremos de comprender ese punto de vista, pero quiero que, desde ahora, sepas que se basa en un error. A quien toma nuestra profesión como un medio y no como un fin, nada le será fácil. Encontrarás terriblemente dificultoso el pasar a través de los años de estudio y de práctica: la culminación de cada etapa será un esfuerzo sin satisfacción ni premio y, una vez obtenido el título cada día significara una angustia, cada enfermo, un temor, y cada oportunidad, un sufrimiento. Quien quisiera ganar dinero fácilmente con la medicina se convencerá bien pronto de que no llegará a ser uno de esos “grandes médicos” que “ganan dinero a manos llenas” porque, precisamente, su afán de hacerlo mutilará sus posibilidades y porque su manera de enfrentar los problemas de la profesión lo derrotará día a día y hora a hora.

Será como el que se casó por interés y se encuentra con que su consorte, a la que no sabe amar, le pide mucho, lo esclaviza sin piedad y no le da nada de lo que aspiraba.

Pero aún, si lograra esos propósitos, llorará su fracaso, más definitivo porque comprobará dolorosamente que el "éxito" no es sino un espejismo; que, con cada paso adelante, una nueva inquietud, una nueva insatisfacción, una nueva angustia lo atenazan. Lo que da la felicidad no es sino la paz interior, la sensación de que hemos cumplido con nosotros mismo y que nos hemos realizado en ese mundo de los valores, distinto y superior al de las satisfacciones inmediatas. Puede la psicología dar cualquier nombre a esa necesidad que el hombre tiene de estar de acuerdo con lo mejor de su Yo, pero es una verdad -que comprobarás paso a paso, que no se puede ser feliz sin estar en paz consigo mismo y que no se puede estar en paz consigo mismo si no se vive de acuerdo con verdades que trascienden la realidad de todos los

días, la necesidad de todos los días, la satisfacción de todos los días y se extienden hacia un mundo inmenso de proyecciones extraindividuales, más allá del Yo mismo , aun "nosotros" inmenso y eterno.

Otros hay que se acercan a la medicina por razones distintas. Una de ellas es la curiosidad. Deseo de saber, ansias de descubrir, pasión por lo desconocido de la vida y la muerte, atracción del misterio de crear y descubrir, afán de encontrar una respuesta a los mil interrogantes que desde niño espolean la inquietud investigadora y nos rodean con enigmas insondables e inquietantes. La niñez está llena de ese impulso a encontrar respuesta a las preguntas que cada día suscita la realidad que nos rodea. ¿Que soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué es nacer, qué es morir? Si la natural curiosidad del niño no es satisfecha, si se reprimen sus intentos de averiguar, de encontrar una respuesta; si, en lugar de dar la información, se frena la inquietud, cerrando sus posibilidades, o sublimarse hacia el camino luminoso de la curiosidad científica y, principalmente, la que trata de hallar respuesta a los enigmas básicos. Y el niño, joven después, cree que el médico, dueño de la vida y de la muerde, es el que posee ese conocimiento. Para él es un ser omnipotente. Cura o mata; quita el sufrimiento o hace sufrir; domina la escena cada vez que aparece y su palabra es orden. Se une, pues. al deseo de saber, el ansia de poder, y esas dos fuerzas puede enmarcar una vocación.

Y hay quien quiere ser médico para ayudar a los hombres. Ayudar a los hombres Efectivamente; quizás es el medico quien más puede ayudar. Pero, qué clase de ayuda es la que ofrece? ¿Cuál es su real papel en la sociedad y en vida?

Amar, crear y reír

¿Cuál es el papel del médico? La respuesta parece fácil devolver la salud. Pero he aquí que nos encontramos con un interrogante más ¿Qué es la salud? A lo largo de toda la historia de la medicina, los teóricos han querido contestar a esta pregunta inquietante. ¿Qué es la salud? ¿Es la ausencia de síntomas? No, por que muchas enfermedades transcurren durante largo tiempo sin manifestarse en sintomatología. ¿es la “normalidad”? Pero, ¿qué es la normalidad? ¿Debemos tomar la palabra norma en el sentido de paradigmas?. En ese caso, nadie es normal, porque todos nos alejamos más o menos, en una u otra forma, pequeña o grande, de la perfección de estructura o de función. ¿Es normal el que no se aparta mucho del promedio de sus semejantes? Deberíamos entonces considerar como normales ciertas "enfermedades": si el promedio de los seres humanos presenta, por ejemplo, caries dentarias, debemos considerar como anormal al que no la tenga?

Si no sabemos qué cosa es la salud, no podemos definir el papel del médico partiendo de una incógnita. Quizás podríamos decir que su manera de ayudar a los hombres es hacer desaparecer los sufrimientos. Sería esa su ocupación, pero no su papel en la vida, ya que, en general, en una forma u otra, todos estamos destinados a tratar de disminuir el sufrimiento de nuestros semejantes. El sacerdote y el filósofo en su esfera, así como el gobernante, el economista o el ingeniero, en la suya, trabajan efectivamente para anular o disminuir el sufrimiento. Y no es, por supuesto, sólo el dolor físico, el que el médico debe combatir; más sufre el hombre por dolores espirituales y por desgarraduras psíquicas que por cualquier alteración momentánea de su fisiología.

Alguien ha dicho que el papel del medico es “curar pocas veces, mejorar muchas y consolar siempre”, pero esto sugiere una acción ortopédica, de apoyo y no de construcción. Y el medico no debe sólo remediar o parchar, sino crear, superar y ennoblecer.

¿Ayuda, en realidad, a un hombre que ha intentado suicidarse, curando la herida o neutralizando el tóxico y dejando sin tocar los problemas más que lo llevaron a una solución tan extrema? ¿Ha cumplido su papel el medico que salva la vida a una mujer que trató de eliminar su hijo en germen, si la dejó con todas las angustias que ese hijo provocara y que la condujeran a tan peligroso acto? ¿Puede estar satisfecho el que devuelve la salud a un anormal y le permite retornar a la sociedad para continuar haciendo daño? He aquí preguntas que pueden multiplicarse al infinito y cuya respuesta busca todo médico de verdad inútilmente los libros y, dolorosamente, en su conciencia. Se ha dicho también que lo que el médico debe procurar es la adaptación del hombre a su medio, ello significa, naturalmente, la adaptación psico-

goza cuando los fenómenos cotidianos toman una apariencia nueva y cuando su búsqueda constante consigue hacerle ver más claramente y obrar con mayor seguridad.

Si eres un hombre sano, sano de espíritu y sano de cuerpo, posees las condiciones para ser médico. Pero ello no es sino una base. Debes hacerte médico. Y no es fácil. Si reflexionar en lo que el médico es para sus semejantes, comprenderás toda su responsabilidad y que, para enfrentarla, debes estar preparado. ¿En qué consiste esa preparación? En aprender la ciencia y desarrollar el arte de ser médico hasta que ha llegado el momento y, cuando ese momento ha llegado, recién los hace suyos, los reconoce y los incorpora.

En medicina debes tratar siempre de saber. Sentirás muchas veces que no hallas cómo hacer que los conocimientos penetren en ti y formen parte de tu Yo íntimo. Entonces, trata de averiguar por que no estás aún preparado para recibirlos, y humildemente, espera el momento en que los merezcas. El llegará si lo buscas con recto designio, firme propósito y noble perseverancia. Y, entonces, un alba nueva iluminará tu espíritu y habrás dado un paso adelante en el camino de tu formación científica.

Los conocimientos necesarios para ser médico son vastos y varios. Encontrarás algunos fascinantes y otros sin interés momentáneo. Si te acercas a todos con amor, todos te darán satisfacción. Y quiero que tengas presente una cosa: hay una cierta tendencia a orientar al estudiante de -medicina hacia lo relacionado directamente con la que va a ser su profesión y a descuidar todo lo demás. Si piensas en lo que antes expusiera comprenderás que, si el médico quiere realmente cumplir su misión, no puede bastarle el conocimiento puramente "médico".

El que sólo sabe medicina, ni medicina saben ha dicho Letamendi. Y es que, para tener una visión amplia del hombre y de su vida, no bastan, por supuesto. las “ciencias naturales”. Son las viejas “humanidades” las que dan sabor, al conocimiento. La historia, la sociología y la filosofía son complementos indispensables de la anatomía, la fisiología o la psicología. Pero al lado de aquellas, importa para el médico un interés sincero para las manifestaciones artísticas. El conocimiento del arte a través de la evolución de la humanidad, sus tendencias, sus realizaciones, sus fracasos; la comprensión de lo que ha significado y significa en cada momento de la historia; el acercamiento, si es posible directo, a sus obras mas notables, es indispensable para el que quiere ser medico de verdad. Es en las obras de arte donde se aprende a conocer y a amar al hombre. En nada como en ellas puede descubrirse más acerca de su naturaleza y de su vida.

Sé sincero; se artista

Pero no basta que conozcas el arte o que lo admires; es necesario que te acerques más a el. Bien sé que no todos podemos aspirar a crear belleza, pero sé también que, al lado de la capacidad para hacerlo, existe la necesidad de dar salida a inquietudes y aspiraciones que palpitan en todo ser humano. Debemos expresarnos, abrir cauces al caudal que circula en nuestro interior y pugna por exteriorizarse. Y hay acaso forma mejor de hacerlo que por intermedio de “las artes” No pretendas, si no tienes capacidad para ello, producir obras maestras; no aspires a perfecciones imposibles, pero no por ello, renuncies a manifestarte a través de las mil posibilidades que la actividad artística te ofrece. Escribe, pinta, haz música, creando belleza, si puedes, pero, si no estás destinado a ello, por el puro placer de expresarte, por el goce sencillo de ser tú verdaderamente. Verás cómo lo que hagas, despojado de todo componente de aspiración egoísta y de todo deseo de afirmación del propio Yo, no sólo te dará una inmensa satisfacción, que no puede ser substituida, sino que te permitirá conocerte mejor y acércale más a ti mismo, al verdadero ser que llevamos todos dentro, que posee una serie de posibilidades admirables y que es generalmente mucho mejor que el Yo que usamos para vivir todos los días, limitado por la realidad los prejuicios y el miedo.

Basta con ser sincero; basta con renunciar a pretensiones fuera de lugar, con no censar en la opinión de los demás y con entregarse al placer del arte por él mismo, por el goce que nos ofrece al permitirnos dar salida a lo más auténtico de nuestro Yo, generalmente estrangulado por la pequeñez de nuestro egoísmo.

Escribe aunque no "sepas" hacerlo, pinta, aunque, al comienzo te parezca imposible, canta, si lo deseas: hazlo todo para ti mismo, entregándole a esas actividades con sencillez, con amor y con ingenuidad y verás cómo tu vida se enriquece, cómo tu horizonte se amplía y tus horas se completan. Verás cómo cada día eres mejor y comprenderás cómo es el sentimiento y no la razón el que nos hace conocer las grandes verdades y nos hace capaces de ser nosotros mismos y, por ese camino, unirnos a los demás.

Aprende el arte de ser médico

Y, si el destino del médico es unirse a sus semejantes, una indispensable condición es el desarrollo de sus capacidades artísticas para ese propósito.

No puede "Aprenderse" a ser artista. Se necesitan condiciones básicas, sin las cuales, todo aprendizaje es inútil. Pero, así como el pintor o el poeta deben desarrollar las capacidades que poseen, así el médico debe también hacer florecer las propias en el arte de ser médico. Es éste, quizás, el más hermosos aspecto de nuestra profesión. No es suficiente saber medicina. Hay que sentirla también. Se puede ser un sabio y no por eso ser buen médico. Se necesita algo más: la sensibilidad artística, el toque mágico personal que va más allá del conocimiento frío, la vibración afectiva creadora que se encuentra en la base de "toda obra de arte. La relación directa con los hombres la necesita para florecer. Al lado de la objetividad fría de la ciencia, es indispensable la cálida subjetividad del arte. Sin ella, el médico será un técnico en problemas de laboratorio fisiológico o de anfiteatro anatómico, pero no un ser humano ayudando a otro ser humano.

Esa es la razón por la que muchos hombres de subidos quilates intelectuales, que trataron de estudiar medicina, tuvieron que en cierta forma, apartarse de ella aplicándose a trabajos de investigación en laboratorio o a actividades no clínicas. Descubrieron bien pronto que no podían, no hubieran podido nunca, no sólo manejar la interrelación del médico con el enfermo, sino lo que es también necesario, gozar en ella y sentir el placer de la reacción y la satisfacción indescriptible que el ayudar a otro ser humano debe traer consigo.

Pero, ¿cómo puedes desarrollar tus capacidades artísticas para ser médico? De una sola manera: desarrollando tu propia personalidad, cultivando tu propia personalidad.

Hay algo individual, intransmisible, en la manera de ser médico: es la forma de usar el propio yo en relación con el semejante; es el modo de enfrentar y resolver problemas humanos que, en medicina, se encuentran siempre antes y después de los problemas científicos. Nunca será médico si ante un enfermo sólo sabes recordar la ciencia y si no sientes que él no es un conjunto de órganos que funcionan mejor o peor, sino, ante todo y sobre todo un semejante que sufre.

Cómo elegir a los maestros

Si todo debes aprender, ¿de quién puedes hacerlo? He aquí otro problema. El desarrollo de tus condiciones personales y tu adquisición de conocimientos dependen, en gran parte, de tus maestros. Ellos te abrirán las puertas y te señalarán los horizontes. De ellos dependen tus primeros pasos, que muchas veces, serán los decisivos.

Busca a tus maestros, elige a tus maestros, selecciona a tus maestros. Oye y respeta a todos, pero prefiere a los que pueden ofrecerte algo más que conocimiento; a los que" pueden despertar en ti inquietudes y estimular anhelos; a los que sean capaces de dar y de darse.

Ya tienes un criterio: son los hombres que crean, aman y ríen. Son los que no están contentos con la rutina diaria, los que buscan incansablemente, los que, en esa búsqueda, saben hallar. Son los que, ante el enfermo, te enseñan además de la actitud de la ciencia, el arte de la actitud. Son los que se acercan al paciente a darle a manos llenas, no solamente medicamentos, sino amor, comprensión humana, respeto por su doble condición de hombre y de hombre sufriente. Y son los que ríen. No te acerques a un hombre solemne. La solemnidad es incapacidad de reír y quien no tiene sentido del humor no tiene sentido de humanidad. Aléjate de los maestros eruditos, de los que citan muchos autores y se

Los primeros son útiles especialmente cuando comienzas a hollar un campo nuevo. Te informarán de lo ya sabido y de lo ya hecho y, si son buenos, lo harán de manera sistemática, completa, y atrayente. Te ahorrarán mucho vagar inútil y mucho perderte por vericuetos ciegos. Te darán, condensada y sistematizada, la sabiduría de los siglos. Los segundos te informarán de lo nuevo que han sido capaces de añadir a lo sabido y, al hacerlo,-acrecerán tu conocimiento y tu inquietud.

Pero son los otros los que debes preferir aquellos que te hacen pensar, los que, no solamente te señalan horizontes o te muestran un nuevo camino, sino que, al enseñarte a mirar y a caminar te estimulan para descubrir y para avanzar por ti mismo más allá de lo ya sabido y de lo recientemente descubierto.

Los primeros harán tuyo el conocimiento, los segundos la inquietud, los terceros la creación. Lee a todos pero ama a los últimos porque ellos cumplen la verdadera misión del maestro: hacer tuyo el mundo a través de tu propia visión.

Medicina de hombres

La medicina ha evolucionado mucho. Nació ejercida por el sacerdote en los templos, fue luego conjunto de medidas empíricas y siempre sufrió la influencia del momento cultural. Sus teorías se movieron con la época y, así fue "espiritualista" durante la Edad Media y "materialista" en el "siglo de las luces". Oscilo de un extremo a otro, negando hoy lo que había de exaltar mañana.

Yo me he hecho médico bajo la influencia irresistible del positivismo. Nos enseñaron medicina como podrían habernos enseñado ingeniería mecánica. Nos mostraron cómo los órganos funcionaban bien y cómo se producían desarreglos en esas funciones, desarreglos que constituían la enfermedad y a los que el médico debía poner remedio. Nos educaron en la "ciencia" y, ante los resultados de las experiencias de laboratorio y de las disecciones de anfiteatro, nos orientaron, en realidad, hacia una veterinaria de seres humanos. Los médicos de mi generación creíamos ingenuamente que el examen exhaustivo del cuerpo, no sólo con los medios clínicos, sino con la ayuda magnífica del laboratorio y de todos los procedimientos auxiliares, bastaba para darnos el conocimiento de la enfermedad y señalarnos el camino de la curación. Los médicos de mi generación fuimos preparados para atender órganos y no hombres. "Es un hermoso caso de tumor del riñón"; "es una magnífica anemia macrocítica", nos decíamos los unos a los oíros, gozándonos en las posibilidad diagnósticas que los análisis, las pruebas funcionales o las radiografía podían ofrecernos: No nos enseñaron que ese tumor del riñón o esa anemia macrocítica se desarrollaban en seres humanos, en hombres sufrientes, en semejantes nuestros que venían a buscar ayuda.

Los médicos de mi generación creíamos cumplir nuestro deber cuando habíamos agotado lodos los medios "científicos" para llegar a un "diagnóstico preciso" y emprender una terapéutica "eficaz". Pero el diagnóstico era un diagnóstico de patología orgánica y la terapéutica tenía como ideal el llevar la medicación "específica1' a la lesión local. El hombre portador de esa lesión era completamente descuidado. No interesaban como tal.

El trágico error que ese punto de vista llevaba consigo no puede ser ilustrado más claramente que con un ejemplo que el profesor Lelio Zeno me refirió una vez y que recordaré siempre. En un modernísimo sanatorio, se atendió a una muchacha con una tuberculosis pulmonar. Los médicos usaron los mejores medios diagnósticos y terapéuticos; los cirujanos realizaron sus más brillantes operaciones para eliminar lo que no podía ser salvado. El esfuerzo conjunto de un equipo de sabios consiguió la "curación" de esos pulmones que parecían irremediablemente perdidos. El caso era interesantísimo y, como tal, se decidió presentarlo a un congreso médico.

Reunióse entusiastamente la documentación y se esperaba la fecha del congreso con la seguridad de ofrecer ejemplo ilustrativo. Pero ocurrió que, unos días antes, la enferma se suicidó.

¿Habían curado los sabios colegas a este paciente? Habían indudablemente, obtenido que sus pulmones fueran nuevamente capaces de cumplir su función, habían, pues curado el órgano. La portadora de ese órgano, la muchacha que buscara ayuda fue, en todo momento, ignorada. Los médicos no creyeron, ni científico, ni necesario, averiguar lo que ocurría en. el espíritu de su paciente. Posiblemente pensaron que no les correspondía hacerlo. Y ese espíritu destruyó en unos pocos minutos todo lo que ellos habían hecho con su cuerpo. Aún vemos todos los días casos parecidos pero felizmente, las cosas van cambiando. La moderna medicina no es mas una medicina de órganos, sino una medicina de hombres. Considera como nuestro deber, no solamente el restaurar funciones, sino ayudar a seres humanos a vivir. Todos los médicos de nuestra generación habíamos sido llevados a olvidar al hombre en medio de sus órganos, fenómeno ilustrado claramente en el ejemplo que muchas veces pusiera a los estudiantes. Frente a un enfermo, en un lecho de hospital, se habla de “un caso de hepatitis” pero, si suponemos, por un momento, que es nuestro hermano el que sufre, no será el "un caso de hepatitis", sino "Alfredo, quien padece de hepatitis". En el primer ejemplo es el órgano el que ocupa el centro de atención y al que se dirige primordialmente nuestro interés; en el segundo, es el hombre el que importa fundamentalmente y la enfermedad orgánica no es sino un episodio en la vida de ese hombre. Pensemos en todos los enfermos como en hermanos nuestros y habremos adquirido la orientación justa de la medicina contemporánea.

Esta actitud no es solamente humanitaria, ni lleva como origen preocupaciones sentimentales. Es indispensable desde el punto de vista vibran al unísono y se influyen mutuamente. No hay enfermedades "puramente orgánicas" ni "puramente psicológicas". Todas ellas muestran un funcionamiento defectuoso de la totalidad del hombre y así deben ser comprendidas.

Si eso es verdad, y ningún médico que se halle al tanto de las modernas investigaciones lo duda, constituye un deber de hombre de ciencia no descuidar ningún aspecto del problema y tener en consideración, al lado de los fenómenos fisiológicos, las alteraciones psicológicas y, al mismo tiempo que los órganos, la personalidad del individuo.

Ello significa, hijo mío, un cambio radical del punto de vista médico. Significa que no somos más ni "veterinarios de seres humanos", ni "recetadores", ni "operadores", sino hombre frente a hombres; hombres que, preparados científica y artísticamente para ayudar, ayudamos otros hombres a restablecer el equilibrio que ha perdido por un momento y los ayudamos, no solamente prescribiendo remedios o indicando operaciones, sino atendiendo problemas anímicos, equilibrando emociones y tratando de restaurar, la tranquilidad espiritual al mismo tiempo que el funcionamiento orgánico.

La tarea es difícil; infinitamente mas difícil que la de restablecer funciones alterados. Pero es también mucho mas noble. Devuelve al medico su prestancia y su papel. Le ofrece la inigualable satisfacción de ayudar a sus semejantes en el sentido mas humano de la palabra. Y, si tu quieres ayudar a los demás, debes hacerle médico de hombres y no médico de órganos.

El problema de la especialización

Sin embargo, he aquí que la realidad de la practica profesional parece contradecirme, ¿no existen especialistas que se ocupan de un conjunto limitado de órganos? ¿No es la especialización indispensable en la medicina de nuestros días? ¿No es una consecuencia ineludible del progreso?

Así es, pero la contradicción es sólo aparente. La especialización es un fenómeno necesario, pero no excluye, de ninguna manera, la amplitud de criterio ni el concepto integral de la medicina. El buen especialista es el que afina sus capacidades en la solución de problemas médicos limitados a determinados órganos o sistemas, sin perder de vista la totalidad del hombre enfermo, sin descuidar su categoría de ser bio-psico-social. El fracaso lamentable de algunos especialistas es, precisamente, el descuidar ese aspecto de su actividad médica, el creer que pueden solucionar los problemas de un órgano sin tomar en cuenta al individuo portador de ese órgano. Son los que, según la definición

de arribar a una conclusión previa es el hombre de ciencia el que predomina, en la aplicación de ese resultado es donde el artista debe mostrar lo mejor de sí mismo. Tratar a un enfermo no es prescribirle medicamentos. Es algo más: es manejar un ser humano. es conducir un semejante por los caminos del restablecimiento de sus capacidades fisiológica y psicológicas, es ayudarlo a recuperar la normalidad de su funcionamiento orgánico y el equilibrio de su vida social. Y para ello, no hay que ser solamente un sabio que conozca, sino un hombre que sienta y que vibre al unísono con sus semejante, que se ponga incondicionalmente a su lado y les ofrezca, no sólo su saber, sino su amor, no sólo su cerebro, sino su corazón. El éxito de un clínico no está solamente en su habilidad para manejar conocimientos, sino, .y más, en su capacidad para manejar hombres y esa es, precisamente, su más noble obligación y su más alto papel.

Si bien el cirujano debe ser también clínico y, por lo tanto, puede a él aplicarse todo lo dicho, es otro el espíritu que informa su quehacer. Así como el clínico es un hombre de pensamiento y de sensibilidad, como características fundamentales, el cirujano es un hombre de acción. Su actividad gira alrededor del hecho quirúrgico y su obra es fundamentalmente distinta. El cirujano, más que el clínico, se siente actuar entre la vida y la muerte. Es el arbitro en cuyas manos está, en un momento, el destino de su enfermo. Tiene la suprema satisfacción de la lucha aguda de la realización inmediata y positiva, del triunfo visible y objetivable. también la sensación de dominio sobre la naturaleza y sobre la realidad que sólo pude dar el hecho de manipular entrañas palpitantes, sentir la vida latiendo entre sus dedos y ser capaz de triunfar sobre la enfermedad viéndola y arrancándola del seno mismo del ser humano sufriente.

El cirujano es también un artista, pero en otro terreno. Su goce estético está en la perfección de su cometido, en la belleza que se une a la tarea material bien cumplida, en el triunfo limpio sobre las enorme, dificultades del acto quirúrgico, en la solución justa del problema difícil a través de una técnica pura.

El clínico pocas veces tiene la sensación inmediata e indiscutible de su triunfo. Sus enfermos se recuperan lentamente y esa, misma lentitud, quita a la curación mucho de su dramatismo. El cirujano, en cambio, ve a sus pacientes perder sus síntomas, sabiendo bien el cómo y el por qué.

Ves tú, pues, las diferencias entre una y otra actividad y puedes darte cuenta de cómo cada una debe satisfacer a distintas personalidades. Estúdiate a ti mismo, trata de comprender tus reacciones y, si sigues amorosamente todos los cursos, si te acercas a todos tus buenos maestros con igual interés, bien pronto se aclarará en tu espíritu un camino y sabrás lo que quieres.

Hay algo más, sin embargo. Cada día el campo de la clínica y la cirugía "generales" va restringiéndose al ser desmembrado por la especialización. El cardiólogo, el gastroenterólogo o el endocrinólogo, entre muchos otros, han hecho suyos aspectos importantísimos de la medicina y vemos en nuestros días nacer especialidades dentro de especialidades: el médico que se dedica exclusivamente a tratar diabetes, reumatismos o enfermedades del hígado, por ejemplo. O el cirujano especializado en pulmones, riñones o cerebro y el que sólo opera tiroides o próstata. Aquí el peligro de no ver el bosque porque los árboles lo impiden es mayor aún. Mantente alerta ante él. No puede negarse que quien restringe su actividad a un campo limitado puede ser muy capaz de dominarlo mejor y de convertirse en un experto, pero ello a costa de sacrificar su capacidad de comprensión amplia, de enfoque panorámico y de consideración verdaderamente médica.

El obstetra, el pediatra, el neurólogo...

Hay especialidades que deben considerarse aparte porque, no sólo abarcan campos de actividad distintos, sino porque suponen una vocación especial que debe ser tomada en cuenta. Me refiero, por ejemplo, a la obstetricia, la pediatría o la neurología.

Quien quiera dedicarse a la obstetricia debe tener condiciones especiales y vocación cierta. Nadie está más cerca del misterio maravilloso de la creación y nadie es más capaz de gozar del inmenso placer de dar la vida. Por otra parte, el

obstetra se enfrenta a sus semejantes en uno de los momentos más trascendentales de la existencia. Es quizás el único entre los módicos al que se busca con una sonrisa y una ilusión. Es el que mas sabe de la esperanza humana y el que más cerca se halla de la humana felicidad. Conoce la expresión luminosa del rostro maternal y la expresión preocupada y orgullosa de la faz del padre; sabe de los sentimientos menos egoístas de que es capaz el hombre.

Es también la del obstetra tarea llena de angustia y responsabilidad. Se le confía, no una existencia amenazada que se quiere que salve, como a los otros médicos, sino dos vidas humanas, dos seres rodeados, no del temor a la muerte, sino de la esperanza de la vida. El éxito es, pues, esperado y el fracaso imperdonable. De allí sus responsabilidad y su angustia; de allí su elevación y su goce. De allí que sea quizás, entre los médicos, el que sabe del agradecimiento más sincero y de la admiración mas incondicional. Nunca he oído en mi vida de médico nada mas conmovedor que las palabras de la madre de todas las madres- cuando, con el niño en sus brazos, se vuelva Inicia el médico para agradecerle. Hay en esa actitud una sinceridad, un calor y una dulzura que compensan largamente por lodo lo pasado y llenan el corazón del orgullo de ser médico, y de ser obstetra.

El pediatra actúa en oirá esfera, cercana pero diferente. Tiene en sus manos vidas tan indefensas, debe lidiar con problemas tan complicados y ha de hacerlo ante la angustiosa mirada de la madre que esta en todo momento, pendiente de sus palabras y de sus gestos como de una condena o de una salvación. Debe, por otra parte, enfrentar algo tan conmovedor como el sufrimiento de un niño. Impotente, sin poder muchas veces expresarse, vencido por la enfermedad y entregado completamente en las manos de los adultos, algo terriblemente patético tiembla en la apariencia de un niño enfermo, algo que el médico siente y, lo obliga a entregarse y a dar todo lo que su saber y su amor puedan.

Pero la misión del pediatra, además de curar niños, es formar hombres. Debe ser médico y educador. Se acerca al ser humano en los años cruciales de su formación física y espiritual; enfrenta los problemas familiares que están determinando todo el futuro y debe saber verlos y manejarlos, enderezando su acción, no solamente a salvar el escollo de la enfermedad actual, sino a la prevención de las maladaptaciones futuras cuya semilla se encuentra ya presente. Debe ser el médico de la familia al mismo tiempo que el del niño y su responsabilidad no esta cumplida con la curación de una enfermedad, sino con la medicación del ambiente y la preparación de un futuro normal para el ser que se pone en sus manos. Todos los buenos pediatras lo saben y nadie lo expresa mejor que

Florencio Escardó: "El Pediatra no ha de querer superficialmente al niño sino amar en él al hombre del que el niño es cifra y resultado, a veces desencanto, y ha de respetar en su paciente un tremendo coeficiente de misterio y de devenir. Quien no entiende de un modo vivo y real que el niño no es una presencia sino una continuidad no debe ser pediatra".

La actividad del neurólogo tiene otras facetas. Hay en ella ciertas características que la hacen atractiva para espíritus especulativos y que ofrecen un placer incomparable a quienes son capaces de gozar plenamente de la actividad intelectual lógica y entregarse a la solución de problema con todas las características de los que se presentan en disciplinas especiales, como las altas matemáticas.

Los cuadros neurológicos enfrentan al especialista con problemas que sólo pueden ser resueltos si se llenan dos condiciones indispensables. Es la primera, por supuesto, un conocimiento exhaustivo de los centros, las vías y las conexiones nerviosas y su funcionamiento. Es la segunda una capacidad para el razonamiento preciso, para la discriminación lógica inflexible, para el análisis y la síntesis. Quizás por eso la neurología constituye la especialidad médica que más se acerca a las ciencias exactas en su aspecto diagnóstico y la que puede ofrecer mejor el goce de la actividad lógica y del razonamiento puro. Nada puede igualar en este sentido, a la satisfacción que el neurólogo experimenta, por ejemplo, al ver que su diagnóstico de localización es confirmado, a veces milimétricamente, por cirujano quien, guiado por sus indicaciones precisas, ha llegado a la lesión y ha salvado al enfermo.

Como una consecuencia y, por supuesto en estrecha relación con la evolución cultural del momento, nació lo que ha dado en llamarse la "medicina psicosomática".

La medicina psicosomática no es ni una nueva especialidad, ni una ciencia diferente; es una orientación distinta. Representa nada más, ni nada menos que la vuelta al hipocratismo, a la consideración del enfermo como una totalidad de alma y cuerpo que no puede enfermarse ni morir totalmente; es un llamado a la humanidad del médico y una invitación a que vuelva a hacerse una medicina de hombres practicada por los hombres y no una reparación de máquinas, hecha por expertos; es una apelación a lo más noble de nuestra actividad y a lo más alto de nuestro espíritu.

La medicina psicosomática ha sido el segundo paso decisivo en la transformación de la psiquiatría en una ciencia básica y del psiquiatra en un médico integral que, no solamente comprende y maneja los problemas psicológicos de sus enfermos, sino que puede contribuir grandemente a que sus colegas comprendan y manejen los suyos al ayudarlos a colocarse frente a ellos como a seres humanos que reaccionan como tales y en cuya historia los factores psicológicos son tan importantes como los fisiológicos y obran junto con ellos en una interrelación que no puede ignorarse y que determina muchas veces la salud y la enfermedad, la vicia o la muerte.

Y, he aquí, pues, que la Psiquiatría es hoy, no solamente una ciencia básica de la medicina, sino una disciplina de vastos alcances y nobles intenciones, una actividad para médicos que, a su ciencia y a su arte, unen, por sobre todo, un amor incondicional hacia el ser humano y un entendimiento amplio de su problemática y de sus posibilidades.

La medicina integral

La Psiquiatría ha contribuido a la comprensión más clara del hecho mismo de estar enfermo -que no es el funcionar anormal de un órgano o un sistema de órganos, sino un desequilibrio del ser humano frente a sí mismo y frente a su ambiente- y, al hacerlo, se ha convertido en una disciplina cuyo conocimiento se hace indispensable para todo médico. Si sabemos que las enfermedades tienen todas un componente psicológico no podemos pretender conocerlas ni manejarlas sin conocer y manejar ese aspecto tan importante de su patogenia. Otra cosa sería cegarse ante la realidad diaria y mantenerse al margen del progreso. Por eso, hijo mío, si quieres ser médico, debes, de todas maneras, familiarizarte con los conocimientos de la psiquiatría moderna que te enseñará mucho respecto al hombre sano y enfermo y te permitirá relacionarte con él y ayudarlo realmente.

La Psiquiatría es el puente que une la medicina a la cultura general. Ninguna disciplina médica te acercará más al alma del hombre, a su sufrimiento, por una parte, pero, por otra, a sus manifestaciones más sublimes y a sus capacidades más altas. Ninguna te permitirá comprender mejor y admirar más las producciones artísticas, las conquistas científicas, las especulaciones filosóficas o los planeamientos religiosos, ninguna como ella estimulará tu curiosidad, te colocará en la actitud justa: ansia de comprender y posibilidad de admirar y abrirá horizontes más amplio a tu hambre de espíritu y tu sed de cultura; ninguna te enseñará mejor a entender a tus enfermos ya respetarlos en su condición irrenunciable de seres humanos; ninguna te llevará más ante ti mismo como parte de la humanidad y servidor de ella.

Sabe oír

El secreto de la medicina moderna

Hay algo más aún. Hasta esta revolución psicológica, el médico se había dedicado a conocer al hombre "desde afuera" y, por eso, se colocaba frente al enfermo como frente a un objeto de estudio que debería analizar en sus partes para estudiar, en lo posible, cada una de ellas aislada y exhaustivamente. No quiero decir que los médicos fueran ciegos ante los factores de integración, pero los enfrentaban también con la actitud "científica" del que trata de comprender una complicada maquinaria. Esa "actitud científica" los obligaba a ser "objetivos" y a eliminar todo factor que no pudiera ser "visto" y analizado. La medicina era una actividad visual. Es la orientación moderna, que partiera del psicoanálisis, la que

la convierte en una actividad auditiva. Con el punto de vista psicosomático los médicos descubren que, al lado de la observación que los colocaba frente al enfermo "desde afuera", debe darse importancia a las informaciones que llegan "desde adentro" y que obtienen, no mirando, sino oyendo; empieza a comprender que es tan importante lo que el enfermo nos dice como lo que nos muestra y aparece en el horizonte medico una nueva dimensión: la intimidad del hombre, su humanidad.

Este paso devuelve a la medicina la prestancia perdida y la coloca nuevamente en su verdadera perspectiva. No se trata ya, como dijera, de arreglar una máquina descompuesta - las máquinas no tienen intimidad - ni de aliviar el sufrimiento de un animal- los animales no hablan-sino de acercarse a un semejante y saber, a través de la palabra, de su vida íntima, que pasa a ser tan importante como su fisiologismo. El oír al enfermo, más que al hablarle, informa la tarea médica de hoy. Porque el hombre es, fundamentalmente, historia. El hombre no puede ser comprendido si no se le considera- ya lo han dicho los filósofos - en función del tiempo, de la evolución, del devenir. El enfermo no es el ser que enfrentamos en la consulta, sino el que ha venido haciéndose a lo largo de los días y ha venido siendo a través de la vida. Su enfermedad no tiene sentido si no se le entiende como una parte de su biografía y su tratamiento no tiene justificación si no se dirige a ese hombre que lleva detrás todo su tiempo y que tiene ante sí, irrenunciablemente, todo el tiempo.

Pero eso nos obliga a dar un paso cuyas consecuencias son inmensas: a introducir en la teoría y la práctica, toda la problemática humana; a, si queremos ser médicos de verdad, preocuparnos no solamente por las funciones cardíacas, hepáticas o renales de nuestros enfermos, sino también por sus pensamientos, sus deseos y sus temores. No crea, pues, una nueva tarea y una seria responsabilidad.

Quiero que te des cuenta de lo que eso significa. Debido a esta orientación de su actividad, el medico se coloca nuevamente en una situación incomparable y sus actitudes y opiniones pueden influir decididamente muchas vidas. Debes, pues, detenerte a pensar y a dar a aquellas toda la importancia que les dan lo seres que entrarán en relación contigo a lo largo de tu vida profesional.

Soy médico y, por lo tanto, nada humano puede serme ajeno

Cada uno de nuestros enfermos es un ser humano que ha atesorado en su existencia, de una manera u otra, un acervo incomparable de experiencias propias que lo hacen un individuo y lo dotan de características personales inconfundibles. Cada hombre que se acerca a nosotros buscando ayuda es un ser único que nos presenta, al lado de la maravilla de su cuerpo, un espíritu lleno de ese misterio personal que lo hace él y no otro y que sólo se puede apreciar si nos aproximamos a su vida con cariño y respeto.

Practicar la medicina tratando de aplicar indiscriminadamente los conocimientos biológicos a todos los pacientes es, no sólo falta de espíritu médico - humanidad y solidaridad- sino mengua de capacidad científica y sobra de irresponsabilidad.

Cada vez que enfrentes un enfermo, trata de estudiarlo, sí, pero también de comprenderlo. Piensa que la enfermedad no es un hecho aislado que puede apreciarse como tal, sino un episodio en su vida - que se refleja, toda ella, en el padecimiento- y que, a su vez, este cambia completamente la realidad de su existencia. Piensa que tú vas, no solamente a modificar en alguna forma el funcionamiento de su cuerpo, sino a cambiar, quizás definitivamente, la orientación de su personalidad; piensa que te trae, no sólo su dolor, sino su angustia, no sólo su mala función vital, sino su desesperación. Recuerda que ese ser humano que ante ti se encuentra ha edificado un existir lleno de parecidas vivencias a las que encontraste en el tuyo propio, que ha gozado y sufrido, que ha amado y odiado y que en su envoltura materia esconde un mundo que no puede ser desconocido y que involucra, no solamente su existencia, no solamente la de su familia y allegados, sino la de la sociedad y la tuya misma. En último análisis, es absurdo pretender que somos capaces de vivir aislados ya que, en una forma u otra, estamos ligados a la existencia de cada ser que nos rodea y a la de la humanidad

Fácil es comprender la falacia de este punto de vista. Ante todo, ocurre que el individuo no estará jamás seguro, aunque consiga ganar ese dinero al que aspira Mientras más posea buscará más porque siempre pensará que la suma mayor será la que soluciones sus problemas. Su vida será la del hombre que, con un millón, pensará que es el próximo millón el que terminará con sus preocupaciones y que, si llegara a poseerlo, necesitará aún más en una sucesión interminable de metas que solamente prolongarán su angustia.

Pero hay individuos en quienes la inseguridad se traduce, no en el temor al porvenir, sino en la incapacidad de disfrutar el presente. Son los que ponen en la consecución del placer la razón de vivir porque esa consecución es la única que puede calmar, momentáneamente, su ansiedad. Son los que creen que el dinero va a hacer posible esa obtención inmediata y constante de satisfacción hedónica. Y, he aquí que son también víctimas de una ilusión. Si obtienen dinero y con el placer, ese placer se convertirá muy pronto en nada. Necesitarán nuevos y más fuertes estímulos cada vez y verán cómo se deshace entre sus dedos la esperanza y encontrarán un día que, por más dinero que posean, éste no podrá proporcionarles ya esa huida de la realidad urgente de su propia angustia y sufrirán más que nunca su fracaso.

Existir y florecer

Si. El dinero es necesario para vivir, pero vivir no es llenar las necesidades materiales ni acumular posesiones o disfrutar placeres. Es dar más que recibir. Paree que, en ello, la naturaleza nos ofreciera una lección. Muchos seres de especies inferiores dividen su existencia en dos etapas bien definidas: en la primera almacenan alimentos y se proveen abundantemente; en la segunda, los gastan. La etapa previa es solamente una preparación para la vida que, en la segunda, es floración dar, goce incontaminado de existir frente al sol y de prodigar lo que acumulara en la sombra embrional. Anatole Franco se lamentaba de que los hombres no fuéramos como ciertos insectos que, luego de pasarse muchos días preparándose en la oscuridad y el silenció larval, irrumpen en la existencia, para disfrutar de unas horas dedicadas exclusivamente al amor.

La vida ofrece al hombre un abanico de horizontes llenos de inmensas posibilidades e innumerables caminos. Para aprovechar esa dádiva debemos viajar con la mirada dirigida hacia la lejanía y el ánimo predispuesto al vuelo y ello no puede ser si nos hallamos dominados por el ansia de posesión o el miedo al mañana.

No es posible existir sin obtener lo necesario para mantener esa existencia que debe renovarse cada día, pero es absurdo que se gaste en alimentarse ella misma y que no seamos capaces de aprovechar todo lo que nos ofrece cuando, libres de las ataduras materiales, podemos mirar alrededor y sumergirnos gozosamente en el mar de las posibilidades que nos brinda.

En realidad, el ansia de posesión y la incansable búsqueda de lo material no son sino hijas del miedo. Miedo que, agarrado a nuestras entrañas espirituales, nació en las primeras etapas de nuestra formación, cuando nos hallarnos en el mundo sin armas y a merced de los adultos que nos rodeaban y que no fueron capaces de inculcarnos la certeza de que nuestras necesidades no dejarían de ser satisfechas y permitieron que la angustia se apoderara de nuestra pequeña alma y tomara en nuestro inconsciente las proporciones de un fantasma que nos perseguiría toda la existencia.

Si nos detenemos a pensarlo, pronto comprenderemos que no son las posesiones materiales las que pueden ofrecernos la felicidad. Si tenemos a nuestro alcance lo necesario para satisfacer los llamados perentorios de nuestro cuerpo, es nuestra capacidad de volcarnos hacia afuera, nuestra posibilidad de darnos la que nos ofrece el camino hacia el goce del mundo y hacia la real posesión de él.

Si somos capaces de dar; y de dar de nosotros mismos, seremos merecedores de recibir y se nos dará a manos llenas, no de los bienes que se agotan y nos frustran, sino de aquellos que, una vez, adquiridos, acrecen su caudal dentro de nuestro Yo y nos ofrecen el incomparable tesoro que se disfruta sin temor a que se gaste y que hace ricos, con nosotros, a todos los que nos rodean.

El médico ante la muerte

Si eres capaz de Colocarte ante la vida en una actitud de ávida realización, ella te ofrecerá la oportunidad, día tras día, de admirar lo mejor del hombre. Y te enfrentará también a lo más débil, triste y miserable de su ser, porque el hombre se amilana, empequeñece y tiembla ante la muerte. La muerte para él es aniquilación, vacío, nada y, por eso, lo llena de terror. Muchas veces, más que la enfermedad misma, es el miedo a la muerte el que ennegrece el alma de los que a buscarte vienen. Muchas veces ese miedo se convierte en la enfermedad más grave. Respétalo como respetas todas las características humanas, pero no lo estimules ni consientas que domine a tus enfermos. Para evitarlo no valen exhortaciones, plegarias, ni filosofías. Sólo hay un camino: haber dominado ese miedo en nosotros mismos "y ello se consigue si somos capaces de mirar la vida desde la amplia perspectiva de la humanidad y comprender así que morir no es desaparecer ni aniquilarse, no es abandonar todo lo que se ha acumulado, sino abrirse en una completa y total dación; es eclosionar como esos frutos maduros que se rompen y reparten alrededor la anunciación vital de las semillas que harán el árbol del mañana. Porque cada hombre no es sino un momento, una pulsación de la humanidad y su paso por la existencia no puede, de ninguna manera, considerarse aislado e independiente, sino unido al devenir total. La Vida, que es realización plena de posibilidades, nos precedió y nos sobrepasará y debemos considerarnos como un vehículo que la Historia utiliza para avanzar, como un puente en el camino eterno del Hombre, como un minuto en la inmensidad del tiempo. Si hemos hecho ese vehículo útil, ese puente seguro, ese momento pleno, habremos cumplido nuestro papel, habremos, en el vaivén del tiempo, terminado un movimiento inspiratorio. Nuestra muerte será una expiración nueva que continuará el ciclo vital eterno.

Si, en tu vida, has sido capaz de crear, amar y reír, tu muerte no significará sino la oportunidad suprema para hacerlo plenamente. Si has creado, tu muerte será creadora; si has amado, tu amor se hará patente y el amor que inspiraste será más puro; si has reído, las lágrimas que tu desaparición provoque serán pronto enjugadas por el recuerdo de tu vivir jocundo y pleno.

Lucha por conservar la vida de tus semejantes para que sigan sirviendo a la humanidad, ayúdalos a vivir sin dolor, pero, cuando se acerque lo inevitable, asístelos para que mueran sin angustia, como el que, después de una jornada fatigosa, cierra los ojos para descansar apaciblemente.

El médico ante la vida

Pero si tendrás muchas veces que enseñar a los hombres a morir, muchas más tendrás que ayudarlos a hacer de su vida plena realización de posibilidades y, para ello conocer los problemas que llenan el existir humano. Debes saber enfrentarte con los enigmas del amor, de la religión, de la sociedad y, al hacerlo, tener la sabiduría de "comprender y la capacidad de ayudar. Los hombres le traerán sus angustias al mismo tiempo que sus dolores y no serás medico si no tienes frente a ellas un espíritu amplio y un amor sincero a tus semejantes que te permitan ofrecerles lo mejor de ti mismo. La vida te enseñará a ser tú y le ofrecerá sus insustituibles lecciones que sólo tú puedes aprovechar debidamente. Lo que voy decirle no es sino una lección de la vida, que se transmite a través de mi experiencia.

El médico, ante el amor

Muchas, muchas veces has leído la palabra amor en estas páginas y ella te habrá colocado en la posición del que se enfrenta con un misterio.

Y es que el amor ha sido siempre un misterio. Domina la vida humana con su maravillosa mezcla de fuerzas instintivas y sublimaciones espirituales; crea un claroscuro en el que el hombre se mueve bendiciendo y maldiciendo y el investigador se pierde, desorientado y confuso, y en el que es quizás el artista el único capaz de iluminar aspectos y descubrir secretos.

equilibrio inestable que, destruido, destruye el amor. Si la relación se hace dependencia incondicional, el amante se convierte en un "ser que ha perdido todo atractivo, que "vive colgado" de su pareja y que, de esa manera, termina con todo el valor humano y con toda la prestancia del verdadero amor. La aspiración a que dependan cíe uno absolutamente, por otra parte, ahoga la personalidad, la dignidad y la humanidad del ser amado y termina por matar todo sentimiento auténtico para convertir la relación personal en una lucha sin fin o en una abyecta sumisión sin sentido.

El amante necesita ser admirado y necesita admirar. Sin admiración no hay amor verdadero. Es indispensable apreciar las excelencias de la pareja y gozar con ellas; sentirse, en algunos aspectos, superado, reconocerlo y apreciarlo, pero es indispensable también saber que se nos admira para juzgarnos merecedores de ese amor. Si este nuevo equilibrio se rompe, tendremos el amor por imposible. Será, o narcisismo egoísta, que se goza en la reverencia sumisa y barata, o idolatría ciega .que destruye toda posibilidad de aparejamiento y comunión.

Y el amor es deseo de conquistar, al mismo tiempo que goce de ser conquistado. También aquí predomina, en nuestra cultura, el primer aspecto en el amor masculino y el segundo en el amor femenino, pero ambos se hallan presentes siempre. Sin "conquista", es decir, lucha y triunfo, no hay amor. Y ello no solamente al comienzo, sino cada día, cada hora, cada momento. Se ha dicho que es fácil obtener el amor y difícil conservarlo y es que la conquista debe ser renovada cada vez y conseguida cada vez, inacabablemente. Y debe ser conquista mutua, ya que la realización está en sentirse, al mismo tiempo, conquistador y conquistado, actor y objeto, cazador y presa. Si esta dualidad se deforma, si el equilibrio se rompe, tendremos, o la caricatura del Don Juan cuyo placer es la conquista, pero que desconoce el amor, o el ser pasivo, que goza en ser conquistado, pero no sabe elevarse sobre eso goce para poder amar.

Y es que hay otros dos componentes antitéticos y complementarios en el amar verdadero. Son la necesidad de dar y la urgencia de recibir. Amor es dación, es cierto, pero no es solo dación. Si bien el amante debe ser capaz de renunciar, quizás por vez única, al egoísmo, de transferir el centro de gravedad, como decía Ortega y Gasset, de uno mismo a la persona amada, necesita también recibir; si goza al entregarse, ese goce no es completo, no es amor, si no es capaz de sentir la entrega. Y he aquí otra de las dualidades, casi paradójicas.

Quizás más que en ninguna otra parte el misterio del balance inestable que es la vida se manifiesta aquí con la claridad indiscutible y, quizás es por eso más misterio y más vida. Variedad de sentimientos, choque de fuerzas que, milagrosamente, se equilibran y que, en ese equilibrio, se funden en una increíble reconciliación de contrarios, síntesis de polaridades infinitas, comunión de claro y oscuro, ambivalencia de alto y bajo dualidad de sí y de no.

Comprenderás ahora los "amores" que te confíen tus enfermos, comprenderás por qué no hay un amor; por que uno no es nunca igual al otro, por qué en cada uno se siente renacer y por qué parece que el amor que se inicia es siempre un descubrimiento. Comprenderás por que el hombre es eternamente un alucinado buscador de "el amor" y porque halla siempre "un amor" que, en ese momento, le parece el único o el ideal; sabrás por qué, cada vez, no es capaz de mostrar sino un aspecto diferente de su Yo, y cómo, cada vez, ofrece una oportunidad distinta de desear, poseer, admirar, dominar, conquistar y dar, así como una nueva posibilidad de ser deseado, poseído, admirado y conquistado, de recibir y de depender; cómo la proporción de estos sentimientos varía en cada amor y cómo ello hace el misterio insondable, el enigma irresoluble y el influjo eternamente atrayente y mágico.

Nadie puede conocer, pues, el amor, nadie puede agotar el amor, nadie puede cansarse del amor. Ilumina la existencia en todo momento y entibia la sangre constantemente hasta que la vida se funda en el infinito y el amor se haga recuerdo-una vez más dualidad de dolor y dulzura-en el alma de los que quedan.

El médico ante la religión

Hay, al lado del amor, otro problema que el médico encuentra constantemente: el de la religión. Un problema que tu inteligencia o tu conocimiento no puede resolver. El hombre necesita confiar, necesita esperar, necesita creer y es la religión la confianza suprema, la esperanza suprema, la suprema creencia. Frente a ella poco valen los razonamientos, porque esta más allá de la lógica, en un nivel distinto, donde la ciencia ha perdido su valor y en el que se mueven fuerzas, no por oscuras menos poderosas, no por irracionales menos decisivas. Es un nivel en que el hombre renuncia a su individualidad y se une a sus semejantes y al universo todo en una comunión suprema. Se ha dicho ya que la palabra religión tiene su raíz en re-ligare, enlazar, reunir, volver a atar, y ese significado encierra, quizás, su más hondo valor al colocarnos ante la idea de que cualquier hombre no es sino una pequeña parte de la humanidad, que no es capaz de vivir sin ella o fuera de ella y que todo, todo lo que tiene, a ella pertenece.

En realidad, no podemos vanagloriarnos de poseer nada propio. Debemos, a nuestros padres y a los padres de nuestros padres las características de nuestro cuerpo y las dotes de nuestro espíritu, a nuestros maestros lodo lo que sabemos, a los hombres que, a lo largo de la historia, estudiaron y descubrieron, lo poco de que somos capaces. Sin ellos no seríamos nada, no sabríamos nada, no podríamos nada. Las conquistas de nuestra inteligencia, de nuestro saber o de nuestra energía no hubieran sido posibles sin ellos.

Si así reflexionas te sentirás sinceramente humilde y eternamente agradecido, desaparecerá tu vanidad y se hará ridículo tu orgullo, disminuirá tu prole fisión y. se achicará tu ansia de poseer. Te verás como lo que eres, como lo que somos todos: pequeñas criaturas endeudadas en cada una de cuyas palabras se repiten las palabras de cien generaciones y en cada uno de cuyos actos se refleja el impulso de toda la humanidad.

Si ello es así, si debemos todo a todos, ¿Qué menos podemos hacer que devolver algo, que pagar una pequeña parte, siquiera de nuestra deuda? ¿Que menos podemos, si somos justos, que buscar la manera de retribuir con el bien que seamos capaces de hacer los inmensos bienes que la humanidad nos hizo? No se necesita para ello que nos ofrezcan premios ni que nos amenacen con castigos; basta con que podamos comprender y, en toda justicia, devolver una pequeñísima parte de lo que se nos dio. Ésa comprensión y esa solidaridad serán el comienzo de toda re- ligazón.

Pero los hombres buscan algo más y cada uno encuentra en su religión una cosa distinta, la usa de manera diferente y sufre por diversos motivos a ella unidos. Si eres un médico de verdad, si piensas en tus pacientes como en seres humanos que merecen una consideración integral, si sabes que sus problemas espirituales tienen tanta importancia como sus problemas materiales para la determinación de la salud o la enfermedad, la vida o la muerte, tendrás, pues que enfrentarte, una y otra vez con los problemas religiosos de los enfermos. ¿Que debemos hacer? Una vez más, no pretendo ofrecerle una solución, transmitirte la verdad; quiero apenas, decirte, mi verdad.

No debes, jamás, discutir ni juzgar la religión de tus enfermos; no puedes, en ninguna ocasión, tratar de imponer tus creencias a los hombres que, en momentos difícil vienen a buscar tu ayuda y tu consejo. Sería aprovechar de su debilidad para hacer prevalecer ideas propias que, en este caso más que ningún otro, pueden ser las equivocadas.

Pero, si no es tu papel el considerar la religión en sí, si no tienes ni capacidad ni derecho para juzgarla como tal, hay algo que estás obligado a ver y sobre lo que debes pronunciarte: el uso que cada hombre hace de su religión.

Voy a emplear para hacer claro mi pensamiento, un ejemplo que he presentado a mis discípulos muchas veces: ante un hombre que lleva un bastón, cada uno se coloca en el punto de vista más acorde con sus intereses y sus posibilidades. El experto en modas juzgará si el usarlo responde a sus normas; el bastonero se pronunciará acerca de las calidades del bastón en sí; el estela dirá su palabra en conexión con su particular punto de vista. A mí me interesaría, más que si el bastón es fino, o si está hecho de ésta u otra clase de madera, si "se lleva" o no, me interesaría qué es lo que ese hombre hace con él, para qué le sirve, con qué propósito lo usa. Así descubriré que hay quien lo emplea para llamar la