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Resumen capitulo 13 - Casullo, Apuntes de Urbanismo

URBANISMO 2 - resumen fadu unl Casullo, Nicolas

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 01/06/2020

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Las palabras construyen el mundo, le dan forman, lo dibujan. El árbol es eso que vemos, pero
es árbol en la palabra con que nuestro lenguaje humano, racional, lo nombra. En la Orecia
primitiva, el mythos era palabra, lenguaje de la naturaleza divinizada. La palabra con que
hablaba el mundo.
Pensaban los griegos que sólo un tipo de hombre podía escuchar y transmitir esas voces con
que el mundo, las cosas, pero sobre todo el pasado, se abrían, se comunicaban al escuchar
humano. El era el hombre del don divino, el mensajero de esa palabra
mítica, primordial, proveniente del tiempo de los dioses oteadores del mundo. El poeta
transmitía esa palabra, ese sonido, ese rumor. Transmitía la memoria en la palabra mítica, el
pasado del mundo.
La posibilidad de relatar cómo fueron los principios, la creación del mundo y de los
hombres, los tiempos iniciales, las causas. Todo lo que quedaba encerrado en el lenguaje del
mythos. Esa palabra pronunciaba la verdad. Por qué el mundo y las cosas, eran, y cómo eran.
Superior a las verdades que luego procuró la religión, la filosofía, la ciencia, el arte, desde el
logos humano, desde la palabra racional, subjetiva, nuestra, la que hoy portamos. Fue lenguaje
fundador del mundo, respuesta a las preguntas humanas esenciales. Pasaje del caos, las
tinieblas, el misterio, lo confuso, al orden, a una representación del mundo
argumentativa. Sólo desde ese pronunciar, en la verbalización divina, Dios creó nuestro mundo
de la nada.
Verbo gestador entonces, lenguaje primigenio, que en su enunciación crea el mundo. Lenguaje
hacedor originario de la vida y de la historia. El lenguaje es lo que hace al mundo, ser mundo.
La figura del poeta conservó a lo largo de la historia de Occidente, el recuerdo de aquella
misión que tuve en la Grecia arcaica, de mediador de la verdad entre los dioses y los
hombres. Al mismo tiempo y de muchas maneras, el lenguaje, esa palabra como fondo
primero del mundo, que también expresa lo bíblico, retuvo el misterio creador, el secreto de la
creación. Palabra y mundo. Entonces, desde las dos vertientes culturales magnas, que nos
hacen, palabra y poeta cobraron un enigmático relieve a lo largo de los siglos, en las
disquisiciones de los hombres que desde la filosofía, la teología, la poesía, la literatura, la
astrología, la alquimia, la magia, el arte y también desde la ciencia, pensaron sobre el
lenguaje, el mundo y lo poético.
Movimiento romántico, que hoy vamos a trabajar en su inicial y vigorosa entrada en la historia
a fines del siglo XVIII, principios del XIX, entre otras cosas importantes, repone y realza esta
problemática. La palabra, la poética, el mundo y sus natrac iones dadoras de sentido. Y la
vierte sobre esa nueva historia moderna que tomaba cuerpo en ideas, modos y métodos en la
búsqueda de la verdad, desde la razón ilustrada. Desde esa razón ilustrada de base científico
técnica, que había embestido intelectualmente contra una vieja historia plagada de
supersticiones.
Que había definido, desde el conocimiento lógico racional radicalizado, ensoberbecido, al mito
como pura ilusión, pura falsedad, puro error, hijo de explicaciones irracionales y de dogmáticas
religiosas que habían predominado como formas oscuras de contar el mundo. Palabra que
narra al mundo desde los orígenes. Por lo que extrema el valor de la poesía como sustentadora
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Las palabras construyen el mundo, le dan forman, lo dibujan. El árbol es eso que vemos, pero es árbol en la palabra con que nuestro lenguaje humano, racional, lo nombra. En la Orecia primitiva, el mythos era palabra, lenguaje de la naturaleza divinizada. La palabra con que hablaba el mundo. Pensaban los griegos que sólo un tipo de hombre podía escuchar y transmitir esas v oces con que el mundo, las cosas, pero sobre todo el pasado, se abrían, se comunicaban al escuchar humano. El era el hombre del don divino, el mensajero de esa palabra mítica, primordial, proveniente del tiempo de los dioses oteadores del mundo. El poeta transmitía esa palabra, ese sonido, ese rumor. Transmitía la memoria en la palabra mítica, el pasado del mundo. La posibilidad de relatar cómo fueron los principios, la creación del mundo y de los hombres, los tiempos iniciales, las causas. Todo lo que quedaba encerrado en el lenguaje del mythos. Esa palabra pronunciaba la verdad. Por qué el mundo y las cosas, eran, y cómo eran. Superior a las verdades que luego procuró la religión, la filosofía, la ciencia, el arte, desde el logos humano, desde la palabra racional, subjetiva, nuestra, la que hoy portamos. Fue lenguaje fundador del mundo, respuesta a las preguntas humanas esenciales. Pasaje del caos, las tinieblas, el misterio, lo confuso, al orden, a una representación del mundo argumentativa. Sólo desde ese pronunciar, en la verbalización divina, Dios creó nuestro mundo de la nada. Verbo gestador entonces, lenguaje primigenio, que en su enunciación crea el mundo. Lenguaje hacedor originario de la vida y de la historia. El lenguaje es lo que hace al mundo, ser mundo. La figura del poeta conservó a lo largo de la historia de Occidente, el recuerdo de aquella misión que tuve en la Grecia arcaica, de mediador de la verdad entre los dioses y los hombres. Al mismo tiempo y de muchas maneras, el lenguaje, esa palabra como fondo primero del mundo, que también expresa lo bíblico, retuvo el misterio creador, el secreto de la creación. Palabra y mundo. Entonces, desde las dos vertientes culturales magnas, que nos hacen, palabra y poeta cobraron un enigmático relieve a lo largo de los siglos, en las disquisiciones de los hombres que desde la filosofía, la teología, la poesía, la literatura, la astrología, la alquimia, la magia, el arte y también desde la ciencia, pensaron sobre el lenguaje, el mundo y lo poético. Movimiento romántico, que hoy vamos a trabajar en su inicial y vigorosa entrada en la historia a fines del siglo XVIII, principios del XIX, entre otras cosas importantes, repone y realza esta problemática. La palabra, la poética, el mundo y sus natrac iones dadoras de sentido. Y la vierte sobre esa nueva historia moderna que tomaba cuerpo en ideas, modos y métodos en la búsqueda de la verdad, desde la razón ilustrada. Desde esa razón ilustrada de base científico técnica, que había embestido intelectualmente contra una vieja historia plagada de supersticiones. Que había definido, desde el conocimiento lógico racional radicalizado, ensoberbecido, al mito como pura ilusión, pura falsedad, puro error, hijo de explicaciones irracionales y de dogmáticas religiosas que habían predominado como formas oscuras de contar el mundo. Palabra que narra al mundo desde los orígenes. Por lo que extrema el valor de la poesía como sustentadora

de sentido frente a un mundo nihilizado. Es decir, obliga también a la poesía, a hablar de sí misma, a ser poética filosófica. Con lo cual, desde su idea de que «tiene que admitirse que la religión e s, como la poesía, un elemento original de nuestra existencia», Schlegel hace reingresar al dominio y a las cuestiones sobre la verdad, territorio de lo moderno filosófico y científico, ese otro mundo primigenio de lo religioso poético, «pues la mitología y la poesía son inseparables y ambas una cosa». Nosotros vamos a trabajar sobre ciertos aspectos del romanticismo que puedan enriquecer este viaje por la historia de las ideas modernas. Este viaje por un mundo de ideas con el cual tratamos de aproximarnos a una autorreflexión actual sobre la modernidad, sobre la tradición moderna. El romanticismo tiene infinitas definiciones y también innumerables formas de ser abordado, analizado. Ahora vayamos a una escena, caminemos hacia el corazón de lo romántico europeo. Una escena que quizás al principio los desconcierte. Una escena que yo también armo con palabras. Una escena que sólo mis palabras testifican, aseguran. La escena transcurre, imaginemos, en 184 0. Un hombre, avejentado por los dolores de su vida, permanece sentado, mirando el río, el coner de las aguas. Ese hombre vive desde hace cuarenta años en las tinieblas mentale s. Ahí está ese hombre solitario, no reconoce a sus amigos, a sus parientes, perdió su identidad, no sabe cómo se llamó alguna vez, no puede dialogar coherentemente con nadie. Ese hombre es un poeta. Es el mayor poeta de la lengua alemana. «Poeta de poetas» lo llamó un filósofo posteriormente, Martín Heidegger. Holderlin, posiblemente el más trágico y rotundamente romántico creador de imágenes poéticas. «/ Nunca conocí tan bien a los hombres como a vosotros/ comprendí vuestro silencio/ pero jamás entendí la palabra del hombre». Y tan diferentes al ruido incomprensible de las palabras de los hombres. Holderlin había nacido en 1770 en Alemania. Estudió para ministro religioso, función de la cual desertó para dedicarse a la poesía, el ensayo, la reflexión filosófica y estética. En 179 3 , cuando contaba 23 años, lo encontramos estudiando teología en el Colegio Conventual de Tubingia, de los padres suabos milenaristas. Viven, en el tiempo de Tubingia, la conmoción de la Revolución Francesa, las nuevas ideas de libertad y fraternidad. Leen a Rousseau, reconocen que un nuevo tiempo de igualdades entre los hombres, originarias y futuras, se ha abierto en Europa. Al mismo tiempo son hijos del aporte filosófico kantiano, al que leen a escondidas por las noches en sus habitaciones, porque las ideas de Kant estaban prohibidas, censuradas en Tubingia. Emmanuel Kant trabajó el mundo de la estética, del arte. Habla de una nueva estética de lo sublime, anticipa los fundamentos de una conflictiva y utópica belleza moderna. Viven el mensaje de las clases de Johann Fichte, a las cuales asiste años más tarde Holderlin, filósofo que transforma esa nueva subjetividad kantiana y sus lógicas de conocer lo real, en un yo extremo, radical, del cual brota la verdad y los renovados sentidos del mundo.

La huida de los dioses, para Holderlin, no es definitiva, aunque dolorósa y de tiempo imprevisible. En el Hiper/ón, Holderlin expone al héroe a asumir la empresa titánica de liberar a su patria sojuzgada por enemigos déspotas, la dulce y antigua Grecia, necesita ahora de un nuevo tiempo titánico que reponga aquella armonía perdida de belleza, virtud y verdad. Nos dice Holderlin con esta obra que la liberación ya no es posible a través de lo solamente humano. Su pecado ha sido revelar lo divino a los humanos, y por eso, perder la protección de los dioses. No debe rehuirse el drama de lo moderno. Una tierra, un tiempo, que ha perdido el amparo de los mitos y no puede reemplazarlos con otra mitología que reúnan otra vez, como en Grecia, pensamiento filosófico, hombres, arte, belleza, armonía del todo en el uno. Para el romántico la filosofía necesita ese fondo mítico, recrearlo, imaginarlo, consumarlo modernamente. Y lo mítico, ese relato que penetra en el corazón de la gente, de los pueblos, como lo fue el cristianismo, necesita a su vez de un pensar filosófico nuevo, egre gio, excelso, que le otorgue sentido y valores sustantivos. Mito y filosofía son dos siluetas que hacen al fondo del pensamiento romántico, y que se resolverán en una búsqueda obsesiva por el camino poético filosófico, o filosófico poético. Se trata, sin embargo, de mantener los pies bien firmes sobre una tierra castigada, ciega, el lodazal moderno. Lo mítico convoca al océano poético primordial, aquél de los principios mistéricos donde naturaleza y hombre viven la plenitud de su esplendor. Y también a lo filosófico, al logos de la contemplación majestuosa de la verdad, a la palabra que razona en busca de las esencias, de las ideas, de lo bello, de lo virtuoso, de lo verdadero. Es decir, aquel mundo de fondo mítico remite a su vez a ese otro gran momento griego, el de su filosofía, el de Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón. Frente a la ilustración de base científico-técnica que aparecía desde el siglo XVII y XVIII como la nueva madre científico- técnica del cálculo, la medida, la extensión, el peso físico, la fórmula de probeta, la explicación económica, la verificación de las leyes mecánicas de la naturaleza, la abstracción matemática, el pensamiento y el sentimiento romántico moderno planteará el camino de la poesía y de la filosofía, dos milenarias guardianas de la palabra, como senderos de una verdad mucho más humana, a la medida del hombre en su completud pérdida. En el amplio gesto romántico aflora una plenitud moderna incuestionable. Para el romanticismo, desde el solo festejo de la razón podada de sentimiento, de memoria, de magia, no había parámetros para reflexionar qué era ese nuevo tiempo tumultuoso de lenguajes, de anuncios, de promesas que sólo la fría razón de laboratorio legitimaba. El tiempo romántico trata de responderse esa pregunta teniendo en cuenta por un lado los nuevos lenguajes hegemónicos que anuncian transparentar la verdad, llegar a las leyes últimas de la naturaleza y del hombre. En lo romántico idealista, donde poesía y filosofía buscan infructuosamente fundirse como lengua alternativa a los sueños tiránicos de la razón técnica, surge un nuevo ethos moderno de incalculable significado para la propia modernidad ilustrada. Desentrañar lo que sucederá, desde los sueños iniciales y ya alguna vez derrumbados del hombre. Pensar ese comienzo desde otras ruinas como experiencia del hombre.

Lo romántico idealista en todo caso es la necesidad de una libertad que tengan la suficiente altura y jerarquía burguesa, para hacer frente a un destino ya revelado. Que la modernidad, desde tutoría burguesa, desde el Estado burgués, desde valores burgueses, había triunfado incuestionable, definitivamente, y a la vez, ya había fracasado. Esa fue la necesidad de un titanismo romántico-idealista, para emprender la utopía de una nueva mítica. De una nueva conciencia redencional, que luego a través de dos siglos, impregnará cultural, política, estética e ideológicamente el alma de lo moderno. El redescubrimiento de Grecia, en la reflexión y el sentimiento romántico, es la búsqueda, la invención, el supremo delirio romántico por resituar en escritura, en expresión, en sistemática filosófica, qué se quiso, qué se pretendía en términos humanos, culturales, de espíritu. En cuál espejo medir la auténtica altura de ese hombre ambicionado por la libertad y por la autonomía ilustrada. A la modernidad le sobraban datos, conmociones, pero le faltaba un parámetro para pensar su hombre espiritual, inmerso en la declinación de Dios. El perdido mundo de los archipiélagos helenos, de las islas doradas del Egeo, resultan para Holderlin esa tensión violenta para descifrar la verdadera estatura del hombre moderno en cuanto a su naturaleza en la naturaleza, en cuanto a lenguaje y verdad, en cuanto a mundo y sensibilidad, en cuanto a vida y sentido. En el fondo escénico de esa imagen del poeta, reluce lo griego, la época de héroes, de sobrehumanidades, de dioses que velan y rigen los destinos. Lo romántico tiene entonces ese fondo antiguo, como fantasmal escenografía para develar de qué se trata ese sueño moderno que llena y vacía el mundo, al decir del poeta Jean Paul. Truye la clave del hombre particularizado, del hombre en singular, del yo intransferible. El poeta va en búsqueda del nuevo relato sustentador, de una exploración en lo mítico vaciado, y ahí encuentra sólo el interrogar de la poesía y la filosofía, para lo que realmente importa. Una visión aventurada del poeta, allende las fronteras humanas, sabiendo, como el propio Holderlin dice, que «el hombre no soporta, sino por breves instantes, la plenitud de lo divino». Reconciliar al hombre partido en alma y cuerpo. Suturar las distancias que separan mundo y lenguaje, verdad y felicidad, ideas y sentimiento, razón y sin razón, ciencia y videncia. Ir más allá de la razón, escalar ese sentimiento de infinito perteneciente a los dioses. El poeta, guardián de las palabras por legado milenario, a través de ellas tienta y desafía su propia integridad, su propia cordura. El poeta advierte en la normalidad, en ese mundo cotidiano de palabras inútiles, la verdadera locura que atenaza al hombre. La falacia de esa cordura que esconde la sin razón, el sin sentido, el olvido, la pérdida de toda heroicidad de la vida, el propio olvido de la naturaleza frágil y a la ver portentosa del hombre. «Sólo cuando son tocadas por el fuego de la vida», dice Holderlin. Sólo cuando se traspasa esa frontera, esa supuesta razón, se contempla el fuego sagrado, el esplendor de los enigmas, el Uno reintegrante de las fuentes. «Para una alianza fraterna, mi voluntad convocó a lo inconmensurable», siente el poeta. Convocatoria a la iluminación del sentimiento, a la iluminación extrema. Lo inconmensurable es para el poeta lo todavía impro nunciable, lo todavía indecible, lo que provocó la lejanía de los dioses. Esas palabras, esas imágenes, que el poeta persigue con palabras y con imágenes.

ilustrada que se labra en el XVIII. Para el romántico, esa edad de «la salud de la razón» que había celebrado Voltaire frente a los descubrimientos de Isaac Newton, en realidad devenía «edad de la enfermedad de la razón», donde el sujeto se perdía. Se empequeñecía, se nulificaba a cada explicación científico- técnica de su porqué más profundo en el mundo. El romanticismo, en sus variantes poético filosóficas, o en su ensayismo filosófico poético, advierte esa escisión que producía la historia entre hombre y naturaleza. Entre el sentimiento y el brillo de los doctos, como había afirmado y criticado Rousseau, colocando al sentimiento como la más alta envergadura del hombre en el camino de su ardua existencia. Para ciertos poetas románticos, como por ejemplo el británico William Blake, la experiencia símbolo de ese amenazante desencanto, desertificación del mundo, estaba representada por los descubrimientos científicos, de primer orden, del inglés Isaac Newton. Newton, desde sus observaciones, cálculos y estudios, había develado el orden mecánico del mundo, la mecánica celeste, el porqué de los cursos de los astros, su atracción y recorrido. Finalmente, su esplendoroso descubrimiento, legitimaba que la naturaleza sólo podía ser leída, en su verdad, desde lo que la razón científica iluminaba de una vez y para siempre. Frente a este optimismo de la ilustración, que anunciaba resolver las problemáticas humanas en base a dispositivos y operatorias de razón científico-técnica, el planteo romántico trata de poner en cuestión las constelaciones olvidadas, marginadas, ignoradas, negadas por ese mismo pensamiento de Las Luces. El mundo europeo provenía de siglos de indagar y cavilar religiosa, artística y filosóficamente sobre el ser y los fundamentos de las cosas, sobre los caminos hacia la verdad tensados entre la razón y la fe. La eclosión ilustrada, la entronización del camino científico y sus rigurosas metodologías en base a una razón inductiva y deductiva, que se desaposesionaba de toda otra forma intuitiva, sentimental, imaginativa, instintiva, feística, pasional, mística, adivinatoria, especulati va del hombre, forma parte también de esa inicial disconformidad y rebeldía romántica. Lo romántico no es un forzamiento arbitrario de la modernidad en su mundo de ideas. No significa una reacción conservadora y temerosa ante un mundo en caótico cambio de perspectivas, Como tampoco, en el otro extremo de las consideraciones, significa el mundo real develado sólo desde la impronta romántica. Trae a ló moderno, indefectiblemente, destinalmente, ese corazón oscuro de', misterio que resiste a las explicaciones. Podemos ejercer otras miradas sobre lo romántico, que hacen sobre todo a una subjetividad social, cultural, artística, que crecerá como tipo de sensibilidad en las primeras cuatro décadas del XIX en Europa, y también en nuestra América Latina, én nuestra historia nacional. Un alma indeleble de lo moderno, un «alma enferma» según sus detractores, pero definición que también fue postulada por algunos románticos. De aquello irracional que nos recorre, aunque podamos reflexionarlo en términos de razón. El hombre romántico que hemos visto desde la experiencia alemana, rescata de manera crítica aquellos mundos que la ilustración desconsideró en su batalla contra los credos, poderes y

desigualdades irracionales de la historia proveniente. Un tipo, una silueta, un alma moderna para la cual la angustia frente a la vida, los miedos que atraviesan la mente y nuestro cuerpo, el inconsciente que actúa más allá de nuestros controles sociales, los sueños que nos lanzan a inconcebibles vidas propias y nos pueblan de claves insondables, el amor erótico que nos hace renacer de manera extrema o nos hunde en el peor de los desasosiegos y la melancolía, todas estas constelaciones, para la febrilidad romántica serán lo más auténtico y único que conforma nuestro yo. Una magia interior partera y creadora de lo más real del mundo. Una fragua de sensibilidad y de imaginación subjetiva, que redefine la figura del mundo, de lo real, y repone, casi a la manera renacentista, la potencialidad de ese microcosmos que somos. Podríamos hablar de ese «mal» del deseo insatisfecho como una característica romántica por excelencia. Un deseo sin objeto que pregnará al sujeto moderno, lo afligirá, lo hará pensar en viajes y travesías hacia otros territorios y experiencias del alma atribulada, insatisfecha. Esto gestará una conciencia, una subjetividad romántica frente al mundo cotidiano, que busca el dulce placer del sufrimiento, lo bienhechor de un dolor que activa y despierta imaginarios. Lo romántico, desde esta perspectiva, sería un peregrinaje hacia algo sin punto de llegada. Holderlin, el otro gran y majestuoso poeta romántico alemán. El romanticismo no puede disimular su originaria configuración en sede estética, como hemos visto, aunque luego se despliegue como tipo social, como forma subjetiva que plaga a una época. El romántico se siente en un mundo sin alma y desespera por hallarla, por reconquistar una relación con otro sentido, con otras referencias que revitalice lo existencial del mundo y las relaciones, O por el contrario, ese desierto de pasiones, esa rutina y tedio de la vida, lo transportan a una soledad mística, heroica, incompartible, sufrida, añorante, donde se entrega a la búsqueda de lo infinito, de lo ilimitado, al quiebre de toda frontera interior, Pero por sobre todo, el espíritu romántico tendrá una piedra sobre la cual edificó su iglesia, su religión, y ésa será el amor, en sus más profundos y desoladores significados. En el amor, hombre mujer, amistad entre amigos, amor a ciertos tiempos, paisajes, ideas, recuerdos, el romanticismo descubrirá ese salto indecible, sagrado, mágico hacia el infinito al cual aspira. En el amor palpará la Unidad perdida del hombre, la reconciliación de mente y cuerpo, de intelecto y corazón, de fábula y realidad. En el amor acariciará la armonía entre su finitud y el infinito. Entre lo físico y el alma. Y fundamentalmente será el amor de los amantes, en sus nocturnidades, paisajes, gestos, besos, posesiones, reencuentros, imposibilidades, la comarca más excelsa donde el alma romántica fundará su cifra clave. Vayamos a otra escena que podría calar en la médula de lo romántico. Construyamos una imagen tratando de que esa imagen nos cuente mejor que las palabras una historia. Imaginemos un paisaje rural, una llanura con ciertas ondulaciones, el pasto ya oscuro por un atardecer que es casi nocturnidad. Un viento recorre el paisaje, lo agita en silencio. Hay un hombre de rodillas junto a una sepultura, frente a una lápida que dice un nombre. Es la hora incierta donde agonizan las visiones diurnas y se alzan amenazante las sombras de la noche. El se llama Friedrich Leopold, barón de Von Hardenherg. Es un poeta. Su silueta como

Lo negro de la noche ilumina lo que importa, la magia del hombre y sus imágenes, y sus palabras libres. La noche retiene los secretos idos y por venir. Retiene al poeta, al antiguo y primordial de aquella Grecia arcaica, al poeta celestial que iluminó con estrellas la ruta a Belén para el nacimiento del hijo de Dios, y también al poeta amante frente a la tumba, frente a la muerte de ella, que en la nocturnidad regresa, más real y cierta que nunca. "Yo me vuelvo hacia la noche secreta, inefable y santa" - dice Novalis-"allá lejos, el mundo desierto y solitario ocupa su sitio, hundido en una fosa profunda". Y más adelante "Celestes como aquellas estrellas relampagueantes nos parecen los ojos infinitos que la noche abrió en nosotros". La poética invierte el mundo consagrado, y devela en esa mutación dónde está el desierto, y donde el relampaguear mágico anunciador. La noche, para Novalis, abre el cielo "para antiguas historias", para "infinitos misterios". " Como si en lo nocturno, en el deseo inefrenable, en el instinto brotase únicamente la vida, el propio recuerdo biográfico, los enigmas de la criatura, "¿No traen el color de la noche todo lo que nos entusiasmar’ se pregunta el poeta. Para Novalis, ésa es la constelación de lo poético, el sitio de las palabras todavía calladas, amorosamente nupciales, genéticas, mágicas como las de un alumbramiento, para que emerjan como nuevo mundo en el mundo. El poeta es literalmente insensato. Podríamos entender al romanticismo como un amplio planteo donde lo poético, lo filosófico ligado a un indagar primordial, le disputarán a la razón científico-técnica las vías de la verdad. En este sentido podemos hablar del romanticismo, globalmente, como un movimiento estético, filosófico, político, científico. Movimiento de crítica rotunda a muchos postulados, estrategias y concepciones de la razón como fuerza renovadora de la historia. Para concluir la clase, y tomando esta noción de movimiento como muchas veces se lo denomina, trataremos de reunir los principales planteos que expondrá el romanticismo en el campo de las ideas y concepciones modernas.

  • En primer término, una sensibilidad cultural que hace explícita la angustia de la razón, como coordenada que discute con aquellos lincamientos que proyectaban la historia moderna, reasegurada de antemano por la salud de la razón. - En segundo lugar, el posicionamiento de un yo moderno sensible, utópico, descentrado permanente de lo real, frente a un racionalismo nomenclador, científico, clasificatorio de la vida, que vaciaba al sujeto de toda problemática relacionada con la tensión racionalidad/irracionalidad. - En tercera instancia, la recuperación, para el hombre, de su historia persona/ y colectiva, como tragedia intransferible y de consistencia redencional, frente a un iluminismo racionalista que tendía a abstraer lo histórico diferenciador, a aplanarlo en la ideología de lo universalizable y sujeto a leyes simplemente necesitas de ser descubiertas. - En quinto término, la reposición del lenguaje poético, como vía de conocimiento, sensibilidad e imaginación, frente al lenguaje instrumental, desustancializado, de la comprensión científico-técnica.
  • En sexto lugar la puesta en escena reflexiva y expresiva de los lados oscuros de la razón, y de lo particular subjetivo, frente a la ambición iluminista dé explicarlo, transparentarlo, universalizarlo y equipararlo todo. Bueno, con esto concluimos esta travesía por el romanticismo, que inaugura una de las grandes, gigantescas almas que tendrá claramente presente el siglo XIX y en muchos aspectos también el siglo XX. Una estirpe

que de miles de formas distintas, estructura de manera fundamental la historia de las ideas modernas.