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Recibido: 6 diciembre 2014 · Revisado: 10 marzo 2015 · Aceptado: 23 marzo 2015 · Publicación online: 20 junio 2015 La Europa de las Universidades: una visión desde la Edad Media Juan Carrasco Pérez Universidad Pública de Navarra / Miembro honorario del CEHGR jcp@unavarra.es RESUMEN Este texto procede de la conferencia que inauguró las actividades del Centro de Estudios Histó- ricos de Granada y su Reino y fue pronunciada, el día 6 de noviembre de 2014, en el auditorio «Antonio Domínguez Ortiz» de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Su autor, profesor emérito de la Universidad Pública de Navarra, presenta en él una apretada síntesis del nacimiento de las universidades europeas e hispanas. Palabras clave: Universidades, Europa occidental, península ibérica, Edad Media. ABSTRACT This text comes from the conference that inaugurated the activities of the Center of Historical Studies of Granada and hisKingdom and was pronounced), November 6, 2014, in the audience «Antonio Domínguez Ortiz» of the Facultyof Philosophy and Letters of the University of Granada. Your) author, emeritus teacher of the Public University of Navarre, presents in him a tight synthesis of the birth of the universities Europeans and Hispanic. Keywords: Universities, western Europe, Iberian peninsula, Middle Ages.
Juan Carrasco Pérez INTRODUCCIÓN
n mi itinerario profesional Granada constituye una etapa esencial. Hace algo menos de cuatro décadas me incorporé al claustro de su centenaria y prestigiosa Universidad en calidad de profesor adjunto numerario, un cuerpo nacional de docentes de reciente creación. Mi procedencia académica, que no vital, era del Pirineo occidental, solar de uno de los primeros núcleos de resistencia al Islam hispá- nico. El utillaje del que era portador no se acomodaba bien a mi nuevo territorio de historiador. La amabilidad y consideración de las que fui objeto por parte del decano fueron acciones que no olvidaré nunca. El recuerdo de Jesús Lens sigue aún muy vivo en mi memoria. Una gratitud extensible en gran media, entre otros, a mi colega, y luego compañero de tertulia, Antonio Sánchez Trigueros. Sirva este escueto y preli- minar capítulo de agradecimientos para reseñar que, con ese clima de sosiego y la benevolencia de Leyva —el bedel bibliotecario—, pude consultar el fondo antiguo de la biblioteca de la Facultad de Letras del palacio de los condes de Luque de la calle Puentezuelas. Pronto percibí el rescoldo dejado por don Antonio Domínguez Ortiz, al tiempo que llamó mi atención la Revista del Centro de Estudios Históricos de Gra- nada y su Reino (CEHGR); su simple título delataba los ideales «institucionistas» que la habían inspirado. Imaginé entonces, y también lo evoco ahora, el clima de apertura y renovación científica que viviría la universidad granadina, tan vinculada, desde su germen fundacional, a la Institución Libre de Enseñaza. ¿Cómo compatibilizaría la levítica Granada, con la disciplina, el rigor y la conducta laica de la «ética protestante» del krausismo, que emana de su Universidad? Todo parece indicar que con el respeto debido a la autoridad del saber universitario del que siempre, pese a los avatares del devenir histórico, se sentiría orgullosa. No es de extrañar, por tanto, que me sintiera atraído por la existencia del centro, al que me podría sentir ligado de alguna manera, al menos eso creía, pues si los estu- dios árabes me eran desconocidos, no así la historia de la historiografía, sin olvidar que, siquiera de forma colateral, pertenecía a la escuela del profesor Lacarra de la Universidad de Zaragoza, del que había escuchado palabras elogiosas del intercam- bio de saberes entre los arabistas de ambas instituciones, cuyo modelo de obligada referencia era el primer director de estudios de nuestro centro, el arabista Mariano Gaspar Remiro. Razones todas ellas de afecto, pero no científicas; quizás por ello agradezca de todo corazón la deferencia que han tenido conmigo la junta directiva del CEHGR, y su presidente —mi querido y viejo amigo— Rafael Peinado, al recibir el siempre honroso encargo de pronunciar la lección inaugural del presente curso. Permítaseme que muestre mi testimonio agradecido, además de al ya citado don Antonio Domínguez, a personas de las que soy deudor como fray Darío Cabanelas y Antonio Gallego Morell, mi excelente rector magnífico. Y para concluir este capítulo de agradecimientos deseo hace una mención especial a la malograda Cristina Viñes. Ella sí hizo por el centro lo que a mí me hubiese gustado hacer: escribir su historia,
Juan Carrasco Pérez en el pleno sentido universitario del término. Después vendría la ingente labor de los glosadores del Corpus iuris —civil y canónico—, completada, hacia 1130, por Graciano y su famoso Decretum. El prestigio del Studio boloñés se había extendido por toda la cristiandad occi- dental y ello acabaría por producir un verdadero peregrinaje estudiantil desde los confines de Europa, muy acorde, por otra parte, con el afán de intercambios y trasiego intelectual de la época. Paralelamente al desarrollo de las escuelas de derecho, la ciudad de Bolonia creció de forma notable gracias, entre otros factores, a la decidida voluntad de apoyo del Papa y del Emperador, hasta convertirse en una importante aglomeración urbana, una de las más bellas e importantes de su tiempo. Orgullosa de su divisa de Bononia docent, expresión inequívoca de su vinculación a la actividad docente y al bullicio juvenil de sus aulas, la tensión y los conflictos ante tan abigarrado mosaico de gentes parecía inevitable. Existieron numerosas sociedades que trataban de organizar las enseñanzas, los complejos problemas de alojamiento y manutención que tan nutrida riada humana producía. Los abusos y excesos cometidos por estas sociedades provocaron que, en 1190, se pusiese en práctica un cambio decisivo en el posterior desarrollo de esta institución universitaria: la transformación de la societas y el rápido éxito de las naciones. Semejantes cambios permitieron a los estudiantes sustraerse a la autoridad individual de los doctores, asociados a sus naciones de origen (la natio provenzal, lombarda, etc.). Estas agrupaciones tuvieron desde el principio competencias administrativas y capacidad financiera, al disponer de su propio sello y de libros — libri nationis — de ingresos y gastos. Pese a su creciente importancia en la vida universitaria, la necesidad de unir fuerzas frente al poder de la ciudad o el Comune hizo aconsejable la formación de dos grandes agrupaciones o universitates, que reunía a los citramontanos y ultramontanos, según hubiesen nacido en la península italiana o al otro lado de los Alpes. A finales del siglo xii, el proceso de gestación de la corporación universitaria había ya cristalizado. Quedaba así configurado el modelo de «universidad de estu- diantes». En dicho proceso fue determinante el acuerdo privado entre la corporación de los escolares y de los maestros. En cierta medida, al menos en sus fases iniciales, se detecta una inequívoca subordinación de los segundos a los primeros, circunstancia que dota al arquetípico modelo boloñés de una de sus más genuinas características. Si no en su integridad, dicho modelo será ampliamente difundido y utilizado en las transformaciones registradas en los dos últimos siglos de la Edad Media. Sea como fuere, en los primeros decenios del «doscientos» la situación de los profesores llegó a ser muy delicada. De una parte, las autoridades locales llegaron a exigirles, mediante juramento, no profesar fuera de Bolonia ni trasladarse a los centros rivales, en espe- cial Padua; de otra, los estudiantes impusieron duras medidas —desde el control de la collectae — en materia de salarios y programas de enseñanza. En los estatutos de 1252, descubiertos a principio de la década de los noventa del siglo pasado, figura de forma taxativa cuántos días debe dedicar el profesor a cada lección de programa de los distintos cursos e impone un detallado cuadro de penas pecuniarias en el supuesto
la europa de las universidades: una visión desde la edad media de no ajustarse a lo allí establecido. De igual modo, son establecidas las normas de contratación y devengo de salarios. Con el trascurso del tiempo, y ante tales ingerencias y abusos, el profesorado buscó apoyo en la solidaridad y en las confraternidades del oficio. Así se llegó al establecimiento, en 1291, del collegium doctorum, mediante el cual los docentes conseguían, con la distancia de un siglo respecto a los estudiantes, de una estructura corporativa. Con todo, y sin llegar a perder su innegable prestigio social, los profesores se encontraban alejados, al menos desde el punto de vista institucional, del gobierno de la universidad. Bien es verdad que, a diferencia de los estudiantes parisi- nos, los «bolonios» eran adultos de más de veinte años, pertenecientes en su mayoría a familias ricas y de miembros de la nobleza, lo que les permitía poner en práctica su dotes organizativas y de contrapoder frente al de los regidores del Comune. Pese a las dificultades, el modelo de universitas scholarium quedó consolidado y su prestigio aparecía bajo la divisa de Legum Bononia Mater. PARÍS: «UNIVERSITAS MAGISTRORUM» Ya en el último tercio del siglo xi, casi en las misma fechas que en la «docta» ciu- dad de Bolonia, se registra la actividad de las escuelas de «l’Île de la Cité», agrupadas en torno al claustro de Notre Dame de París. Sus primeros maestros, como miembros del capítulo catedralicio, eran generalmente canónigos y las enseñanzas que imparten tienen un marcado carácter teológico y eclesiástico, que contrasta vivamente con el pragmatismo de las escuelas notariales boloñesas. Comparten la espontaneidad de sus origenes, pero difieren en la respuesta dada al fenómeno asociativo. Pese a los esfuerzos dedicados por los investigadores, todavía se está a la espera de disponer de un conocimiento preciso que ilustre las relaciones e influencias —en ocasiones contrapuestas— existentes entre las escuelas, de una parte, el cabildo catedralicio, el palacio del Louvre y la burguesía parisina, de otra, que permita una adecuada comprensión de las condiciones y circunstancias que condujeron a la gestación, en la ciudad del Sena, de una corporación universitaria. Lo que sí se conoce con detalle es la afirmación eclesiástica de la universidad y la tendencia, iniciada desde al menos el siglo xii, a una progresiva laicización para que maestros y discípulos no dependiesen de la Iglesia. Ello trajo consigo numerosos y violentos conflictos, en especial entre estudiantes y burgueses. Estos enfrentamientos tuvieron como escenario las tabernas, casas de juego y otras dependencias, situadas entre la abadía de Saint Germain-des-Près y la margen derecha del Sena. Tal fue el grado de violencia que obligó a intervenir al preboste del rey y sus agentes; la brutalidad de sus actuaciones provocaría una de las más sonadas huelgas estudiantiles de la época. Ante la contundencia en la policía y justicia del rey, estudiantes y profesores optaron por permanecer ligados al ámbito eclesial y sustraerse a la jurisdicción regia; otros, los menos, eligieron la emigración hacia los centros de Angers y, sobre todo, Orleans. El poder monárquico no se opuso a los propósitos de la Iglesia de consi- derar al estudiante como un clérigo. Así se desprende de un documento, fechado
la europa de las universidades: una visión desde la edad media OTROS MODELOS DE LA INSTITUCIÓN UNIVERSITARIA Desde finales del siglo xiii se sabe de la existencia de otras universidades —en algunos casos casi coetáneas a las dos anteriores—, pero su fama e importancia era mucho menor. Ello era debido, más que a su antigüedad, al prestigio de sus profesores y a la amplitud de sus respectivas influencias. Dada la complejidad del tema, apenas he esbozado la implantación de estos centros en el contexto político y social que pudieron influir en su alumbramiento. Para ello he seguido a Jacques Verger y a sus discípulos que han establecido tres tipos de universidades: espontáneas, segregadas y creadas. Universidades «espontáneas» Reciben este nombre aquellas que deben su génesis y posterior desarrollo —más o menos espontáneo— a las escuelas preexistentes. Además de las ya mencionadas, la pequeña ciudad de Oxford albergó algunas de estas escuelas desde mediados del siglo xii. No están claras las razones que hicieron de este modesto burgo—mercado el establecimiento de la primera universidad inglesa. Ni siquiera la reciente History of the University of Oxford ha dado respuesta este interrogante ya que existe un vacío documental difícil de llenar. Con todo, hacia las últimas décadas de la duodécima centuria y pese a su lejanía respecto al obispado de Lincoln, al que pertenece, Oxford adquiere un inusitado protagonismo político-institucional, al convertirse en sede de la administración real y de tribunales eclesiásticos. Es posible que la competencia y calidad de sus maestros y funcionarios aconsejase ese emplazamiento y no otro. En cualquier caso, una primera asociación de maestros aparece registrada hacia 1200. Pronto, apenas en una década, surgen los conflictos entre estudiantes y burgueses, resueltos, gracias a la intervención del rey y del papado, a favor de los universitarios, a los que se garantiza gran parte de sus exigencias, plasmadas en cédulas o reales y ordenanzas pontificias. Tales textos guardan una gran similitud con los otorgados a la corporación parisina. Sin embargo, desde fecha muy temprana, la universidad inglesa marcó sus diferencias y configuró su indiscutible originalidad, observable en la naturaleza y funciones del canciller, como máxima autoridad universitaria. Su elección recae en la autoridad eclesiástica, en este caso en el obispo de Lincoln, pero sin que la misma pueda recaer en persona ajena al cuerpo de doctores del claustro oxoniense, lo cual le permite actuar no como un mero delegado episcopal, sino como verdadera cabeza de la Academia. Establecidas esas primeras instituciones de gobierno (canciller, procuradores de las naciones, las «confraternidades» de maestros, etc.) y disipadas las desconfianzas y recelos con las autoridades locales, los centros de enseñanza —en especial la escuela de leyes— de Oxford fueron los únicos en Inglaterra de prestigio capaces de atraer a maestros y estudiantes extranjeros. A lo largo del segundo tercio del siglo xiii la afluencia de profesores de valía fue muy numerosa. Parece fuera de toda duda que este hecho se vio favorecido por la deferencia y el reconocimiento dispensado a estos prestigiosos maestros. Tales atenciones a su profesorado conservan aún toda su vigencia,
Juan Carrasco Pérez lo que ha contribuido a que el modelo oxoniense sea considerado en muchos aspectos de la vida universitaria casi paradigmático. Aunque sus orígenes son algo oscuros, las escuelas de medicina de Montpellier tuvieron un notorio desarrollo en fechas muy tempranas. A partir de 1170 se conocen los nombres de célebres doctores, como Gilles de Corbeil, que ejercen con éxito la práctica y enseñanza de la ciencia médica. Sin embargo la transformación en Uni- versidad ( universitas medicorum) no tuvo lugar hasta 1220, ya que es esa fecha cuando el legado pontificio (el cardenal Conrado d’Urach) concede los ansiados estatutos. Con tal concesión se dotaba al primitivo grupo de médicos de una estructura de tipo universitario, aunque el refrendo definitivo no se alcanzaría hasta 1289, fecha de la famosa decretal Quia sapientita, verdadera piedra angular de la historia universitaria de Montpellier. Al igual que en Bolonia, la aplicación de dicho corpus normativo tuvo como con- trapartida la introducción de la licentia docendi, lo que lleva aparejado un cierto control eclesiástico sobre una institución, hasta entonces, esencialmente laica y, en cierta media, muy próxima a las primitivas escuelas de la comunidad judía. A este respecto es preciso recordar que reputados maestros de las escuelas de física, que así se llamaba entonces al «arte de sanar», eran judíos, como también lo eran los responsables de los talleres de copia y traducción de manuscritos, instrumentos básicos e indispensables para la enseñanza. Entre los más destacados cabria mencionar a la familia de los Tibbonidas, originarios de la Granada Islámica, con sus traducciones del árabe al hebreo^1. Casi simultánea, pero de forma separada de la de medicina, tuvo lugar la gestación del Stu- dium de derecho, de clara filiación boloñesa. Esta especie de duplicidad —medicina y derecho— ha sido considerada una originalidad de la institución «montespesulana». Sin olvidar la influencia de la de Oxford, al menos en lo que se refiere a la elección del cargo de canciller, y a la de Salerno, por lo que afecta a la organización de las ense- ñanzas de medicina. Asimismo, hay que tener presente la peculiar posición política de esta ciudad mediterránea, enclave continental del reino de Mallorca, así como su envidiable situación estratégica: entre la dinámica artería del Ródano, las ricas tierras de Provenza y los reinos hispánicos. Universidades segregadas o «secesionistas» Son aquellas nacidas de la emigración, utilizada como arma poderosa en los conflictos que enfrentan a estas incipientes instituciones con los poderes locales. Algunos de estos centros tuvieron una vida efímera, pues entre otras causas, resueltos los conflictos, los maestros regresaban a sus universidades de origen. Por el contrario, (^1) Nicolas Weill-Parot, «Recherche historique et “mondialisation”: vrais, enjeux et fausses questions. L’exemple de la science mediévale», Revue Historique, 671 (2014), págs. 655-673.
Juan Carrasco Pérez la aplicación del modelo de Bolonia, ciudad rebelde y a la que deseaba castigar, hasta el extremo de decretar el cierre de todas las escuelas de la Padania. Esta precoz utilización de la universidad al servicio del poder político afectó muy negativamente al posterior funcionamiento del Studium napolitano. Todavía en tiempos de su fundador, fue anulado el carácter reservado a los súbditos del reino y se intenta recuperar, con escaso éxito, esa dimensión internacional, tan hondamente arraigada en las universidades de primera hora. A pesar de los empeños de los monarcas de la dinastía «angevina», el ateneo napolitano no consigue alcanzar el desarrollo y reco- nocimiento deseados; su ámbito de actuación era estrictamente regional, mientras que los Studia del círculo «bolognese-padovano» fueron referencia obligada para la ciencia y la cultura de todo el Occidente europeo. Otra universidad creada por voluntad política, en este caso por el papado, fue la universidad de Toulouse. Dicha creación tuvo lugar en 1229, a raíz de la cruzada contra los cátaros y el conde de Tolosa. En su carta fundacional se habla de una forma gené- rica de amor al saber, pero queda clara la voluntad de crear un bastión defensivo de la fe católica y poder combatir, bajo el patrocinio de la Sant Sede, la herejía albigense y devolver la pureza a la catolicidad contaminada. Esta universidad religiosa y prose- litista fue muy mal vista por las autoridades locales y por gran parte de la ciudadanía tolosana. Superados estos oscuros comienzos, fue necesario esperar hasta 1260- para que su naturaleza originaria fuese profundamente alterada. A partir de estos años se desarrollaría, hasta alcanzar un elevado nivel, la Facultad de Derecho y, en un plano inferior, las de Artes y Gramática. Este cuadro de enseñanzas era más acordes con las necesidades y expectativas de estas tierras aquitanas. LA UNIVERSIDAD EN LOS REINOS HISPÁNICOS Al igual que otras tierras de Occidente, la universidad estuvo presente en los dis- tintos reinos hispánicos como un exponente más de movimientos corporativos que contribuiría, entre otros, a la génesis y consolidación de los estados modernos. Esa presencia fue bien dispar según las condiciones económicas, políticas y sociales de sus respectivos reinos y coronas. Si embargo, la mayoría de las universidades hispánicas medievales fueron creadas por iniciativa de sus reyes; quizás falto dinamismo y vigor a nuestra burguesía, aunque tampoco se pueda dejar de responsabilizar al papado por confiar en exceso en las iniciativas de la Iglesia y clero peninsulares. Los primeros en manifestar su predilección por la corporación universitaria fueron los monarcas de Castila y León, cuyo ideario en materia de enseñanza se expresa de forma bien patente y en fecha tan temprana como puede apreciarse en las Partidas de Alfonso X el Sabio. Esta anticipada voluntad creativa de la monarquía castellana en orden a la enseñanza superior se justifica, al menos en parte, por su concepto de rey y reino, cuyos fundamentos de poder incluyen formas y elementos de Imperio uno de los dos modelos, junto a los de la Iglesia, de poder universal.
la europa de las universidades: una visión desde la edad media Corona de Castilla Casi desde los inicios del movimiento universitario, los monarcas castellanos —pese a los cuantiosos recursos y energías que consumen las empresas reconquistadoras y de colonización del país— manifestaron su interés por no permanecer al margen de dicho movimiento. A lo largo del siglo xiii se crearon las universidades de Palencia (1208-1263), Salamanca (1218) y Valladolid (hacia 1270). Ya en 1208, Alfonso VIII tomó la decisión de favorecer a la escuela episcopal palentina al otorgarle una buena dotación económica, al tiempo que hizo venir a renombrados profesores de Francia e Italia para que elevasen el nivel de sus enseñazas. En sus aulas se impartieron estu- dios de artes y teología, a los que pronto se unieron los de derecho. Después de la muerte de su protector, el Studium palentino entró en crisis. Los esfuerzos pontificios, mediante la confirmación de una bula de 1220, y los buenos oficios de Fernando III el Santo no fueron suficientes para que, hacia 1263, su desaparición fuese un hecho irreversible. Mientras tanto el favor del rey se dirigió a Salamanca. Según los datos disponibles, el monarca leonés Alfonso IX fundó el Estudio General salmantino en el invierno de 1218-1219, aunque su verdadera consolidación no se produciría hasta la década de los cuarenta del siglo xiii. Tanto Fernando III como Alfonso X le prestaron una especial atención, no sólo desde el punto de visita económico, sino desde el punto de vista organizativo e institucional. Precisamente, la primera especificación fiable de las enseñanzas salmantinas se encuentra contenidas en el diploma que el rey Sabio otorgó en 1254. En dicho documento se citan cánones, leyes derecho civil, derecho canónico o decretos lógica, gramática (artes), física (medicina) y un maestro de órgano o profesor de música. Asimismo, obtuvieron del papa —no sin esfuerzos—la facultad de concesión de la licentia ubique docendi, lo que vino a reforzar su preeminencia en el conjunto de universidades de la península ibérica. Más modestos e inciertos fueron los comienzos del Estudio General de Valladolid. Al margen de las controvertidas disputas sobre sus orígenes, hacia el último tercio del siglo xiii era ya una prometedora realidad. A ello contribuyeron de forma activa y generosa tanto la Corona como la municipalidad; aquella favoreció el Studium, pero se optó por delegar la gestión administrativa en el gobierno concejil. Como conse- cuencia de ello, ciertos sectores del patriciado urbano, al depender de ellos el pago de los salarios de los profesores, trataron de ejercer su control sobre la provisión de cátedras y desempeñar en exclusiva determinadas tareas de gestión académica. Una vez resueltas estas disfunciones sobre el carácter originario de la institución, su posterior desarrollo fue floreciente, hasta el extremo de representar uno de los escasos ejemplos hispánicos del modelo de cittá/studium, tan propio de Italia, pero sin que en el caso castellano la intervención del poder real fuese considerada como una intromisión, sino más bien como un acto de amparo y protección. En realidad, esta actitud protec- tora no supone subordinación alguna al poder del Estado que, al igual que en toda la Cristiandad latina, conoce el requisito de contar con el refrendo y reconocimiento pontificio para que sus universidades puedan disponer del más genuino y esencial