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la persona y su intimidad, filosofía, lectura
Tipo: Apuntes
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Edición a cargo de Javier Aranguren Cuadernos de Anuario Filosófico
Cuando se publiquen estas páginas se cumplirá un año de la muerte, en un accidente de montaña, del profesor Ricardo Yepes Stork. Los escritos que componen este Cuaderno de Anuario Filo- sófico quieren ofrecerse como homenaje a su figura y a su docen- cia. El paso de Ricardo Yepes por la Universidad de Navarra fue breve, pero fructífero: desde el punto de vista académico la publi- cación de su Manual de Fundamentos de Antropología 1 , del Cua- derno titulado La Región de lo Lúdico 2 , y de diversos artículos y entrevistas en revistas especializadas avalan esta afirmación. A esto se suma su actividad docente: dió un nuevo rumbo a la asig- natura de Fundamentos de Antropología en la Facultad de Dere- cho; empezó a impartir docencia en la Facultad de Filosofía; des- de el Instituto de Ciencias para la Familia organizó, junto a los profesores Viladrich y Cruz, la asignatura de libre configuración llamada Psicología del Amor. Al tiempo se había comprometido a impartir un curso de doctorado sobre uno de sus temas más recu- rrentes (la persona humana) y llevaba la dirección de cinco tesis doctorales, a las que dedicaba su tiempo y energías con entusias- mo. Su último verano, además de en una estancia en los Pirineos, esos montes que tanto le gustaban, lo empleó en una gira de con- ferencias por diversos países de Hispanoamérica. Era un viaje (^1) Ricardo Yepes, Fundamentos de Antropología. Un Ideal de la Excelen- cia Humana , Eunsa, Pamplona 1996. (^2) Idem., La Región de lo Lúdico. Reflexión sobre el sentido y la forma del Juego , Cuadernos de Anuario Filosófico n. 30, Ediciones de la Universi- dad de Navarra, 1996.
La persona y su intimidad 7 Estos tres capítulos no se encuentran unidos en el Cuaderno. La Persona y su intimidad y Libertad y felicidad abren esta recopila- ción. Son dos conferencias dictadas en días consecutivos y con una vocación de unidad. He preferido, en cambio, situar las Re- flexiones sobre el éxito y el fracaso al final del cuaderno, pensan- do en lo que, inconscientemente, tienen de autobiográfico: la pre- gunta acerca de qué es una vida lograda adquiere aquí toda su relevancia. Los otros capítulos de este Cuaderno los forman escritos pen- sados para la publicación o ya publicados que se encontraban en- tre los papeles de Ricardo. He optado por aquellos de carácter más divulgativo. No obstante, era la necesidad de llegar a mucha gente (por medio de la claridad y accesibilidad, no por pérdida de rigor) uno de los temas que con más recurrencia aparecía en nuestras conversaciones. Aprender y Vivir responde a las inquietudes per- sonalistas y hermenéuticas que tan presentes estaban en el pensa- miento último de Ricardo. Probablemente es un texto que requería alguna revisión más por parte de su autor. De todos modos me parece suficientemente representativo de algunas influencias que recibió (además de Polo, autores como Marías, Ebner, Gadamer), unidas a la referencia constante de los clásicos (en su caso, Aristó- teles y Tomás de Aquino) y a temas de raigambre tan cotidiana como el entretenimiento y la noche, el conformismo en lo gris o el esfuerzo hacia la excelencia. Desde el punto de vista de la divulgación me parece que Com- postura y Elegancia es un texto realmente logrado, en el que ade- más se puede vislumbrar un buen número de las inquietudes de Yepes: la excelencia en la vida cotidiana, la juventud, Dios y su acceso a Él en lo cotidiano, etc. Creo que es un escrito de verda- dera madurez, al tiempo que de agradable lectura. A pesar de en- contrarse ya publicado en la revista Nuestro Tiempo 4 he querido contar con él para incluir un trabajo terminado por su mismo au- tor. (^4) Cf. Nuestro Tiempo ,nº 508 octubre 1996, pp. 110—123.
8 Ricardo Yepes Algo similar ocurre con La importancia de tener principios. Escrito de estilo epistolar con el que quería en cierto modo com- pletar un proyecto iniciado con Entender el Mundo de Hoy. Car- tas a un joven estudiante^5. Esta carta no había visto la luz, pero mantiene coherentemente el estilo y tono de las ya publicadas. Acerca de la ella habíamos hablado con frecuencia pues compar- tíamos el interés común sobre el tema de los principios. Como en el libro aludido, la carta va dirigida a ‘Carlos’, un joven que se introduce en el mundo universitario. La intención del autor era, como anuncia en la última línea del capítulo, seguir con la elabo- ración de esta correspondencia. No le he añadido retoque alguno. Le sigue, como ya he indicado, Reflexiones sobre el éxito y el fra- caso. Por último, añado un extracto de su curriculum vitae , que él mismo tenía casi plenamente actualizado. Creo que, dentro de lo esquemáticos que son este tipo de textos, pueden dar un buen per- fil biográfico—académico de lo que fue su vida. Evidentemente, la riqueza de ésta sólo es levemente percibible desde esas páginas. Queda un lugar donde necesariamente han de ir los agradeci- mientos. Ya he hablado de la oportunísima actuación del IEEM. Angel Luis González es quién me ha animado más a esta tarea, y a él en última instancia se debe el que salgan estas páginas que se presentan como un tributo de amistad y de justicia. Por último, y no puede ser menos, al mismo profesor Yepes, por haberme dado la oportunidad de un reencuentro detenido con sus escritos, que a fin de cuentas ha sido con su persona: a él le gustaba dirigirse al lector cuando escribía, y en ese sentido sus llamadas al que tenía el encargo de editor eran constantes. Estoy seguro, por esta y otras razones que no son del caso, de que todavía sigue cuidando de nosotros. Javier Aranguren (^5) Entender el Mundo de Hoy. Cartas a un joven estudiante , Rialp, Madrid
10 Ricardo Yepes y debe ser. A menudo la actitud optimista es fruto de una fuerza del mismo sujeto, a la que se le puede llamar actitud virtuosa (en el lenguaje popular se alude muy bien al señalar la diferencia de actitud ante una misma botella entre un optimista – todo lo ve me- dio lleno– y un pesimista – que interpreta la misma porción de rea- lidad justo en sentido contrario–). Y es a la luz de esa excelencia humana como uno llega a entenderse mejor a sí mismo. Pero el hombre es un ser misterioso, ya que se da en él un juego en cierta medida contradictorio: no tiene asegurado que alcanzará la exce- lencia, pero sí que es posible y necesario (y aspirar a menos resul- ta siempre indigno) el proponérselo. Esto es así porque todas las cosas humanas dependen de la li- bertad, del dominio que cada ser humano tiene sobre sí, como de- cía Aristóteles. Y digo de la libertad, no de las contingencias exte- riores, ya que quien se domina a sí mismo es capaz de guardar una independencia con las circunstancias que le rodean. Aún así no hay nada en el hombre que esté asegurado a priori. Por poner un ejemplo: el que cualquiera de nosotros sea una persona sensata no está asegurado. Deberíamos ser sensatos, pero nos puede dominar un acceso de ira, o de cólera, que nos impida la sensatez en un momento determinado. Podemos sentirnos cansados de guardar una actitud de moderación cuando ciertas circunstancias nos resul- ten escandalosas. Podemos querer hacer daño, voluntariamente, quizás por diversión. Pero no por eso debemos renunciar a adqui- rir la actitud de quien se sabe controlar en cualquier situación, de quien enseñorea sobre sí mismo. Así pues, a pesar de las dificul- tades que vamos a encontrar para alcanzar nuestra excelencia humana, no debemos renunciar a ella. Voy a intentar dar una visión del hombre unitaria, y global: pienso que en muchas ciencias humanas se nota la necesidad de tener una visión del hombre integral y cabal, es decir, no sólo cen- trada en la parcialidad de lo que esa ciencia estudia, sino con una continua referencia al todo que el hombre es. Por eso, la primera tesis importante que yo querría establecer es que la persona es el centro de una Antropología de la Excelencia Humana. Tal vez haga falta, inicialmente, hacer un acto de confianza en mi pro-
La persona y su intimidad 11 puesta. Pienso que con la noción de persona, si uno consigue en- tenderla bien, se puede dar por recorrido una parte muy importan- te del camino para llegar a saber qué es el hombre. Por ello creo que merece la pena el esfuerzo que vamos a llevar a cabo a conti- nuación. Además, sostengo mi propuesta a pesar de que no es muy co- rriente que en las exposiciones y conferencias sobre Antropología se hable de la persona humana como noción central. No es algo habitual: en el ambiente de cierto derrotismo antropológico que nubla al hombre postmoderno nociones como persona o excelen- cia pueden sonar a mitos del pasado. Y sin embargo, sostengo que conviene muchísimo empezar por ahí. Podríamos imaginar que la verdad fuera como un castillo, en el cual todas las habitaciones comunican entre sí. Digamos que la persona vendría a ser ese lugar central que se comunica con todas las dependencias del castillo. Todas las realidades que compare- cen en lo humano encuentran un lugar de común referencia en la persona. A partir de esta noción la coherencia de la visión global del hombre aparece de una manera espontánea 1 . Quizás habría que empezar justificando de una manera más técnica por qué empezar por la persona. Un hecho indudable esta en que en el pensamiento del siglo XX, hay muchas escuelas y corrientes que toman la persona como el centro de sus considera- ciones: existencialismo, personalismo francés, las filosofías dialó- gicas alemanas. Del mismo modo, el personalismo es un estilo que marca a diversas corrientes teológicas contemporáneas. O bien, bastaría con recordar cómo la Filosofía moderna tiene al hombre como el centro de sus preocupaciones (si bien, aunque esto ya exigiría unos conocimientos de historia del pensamiento que escapan a nuestro propósito actual, no se puede decir que la modernidad sea una filosofía de la persona, aunque lo sea del su- jeto). (^1) En este sentido me parece muy importante la aportación a este plantea- miento de la doctrina de Juan Pablo II: muchas de sus encíclicas tienen co- mo trasfondo una marcada filosofía de la persona.
La persona y su intimidad 13 dad humana. La intimidad de la persona es su mundo interior. La persona se define porque es poseedora de un mundo interior que no es visible desde fuera. La tesis que sostengo es que una perso- na se define principalmente por la existencia dentro de ella misma de un mundo interior que sólo ella conoce, y nadie más que ella si no quiere darlo a conocer. Hay un reducto en cada persona que resulta inviolable. Ese mundo interior tiene una característica muy importante: es un mundo que no tiene paralelo ; es decir, es único, irrepetible. Desde la dimensión de la propia intimidad se debe decir que cada persona es un ser único e irrepetible, no hay nadie ni nada en el mundo que pueda ocupar su lugar, no es sustituible (se cambia de traje, de corbata, de vestido, incluso de mascota, pero las personas no son intercambiables – a no ser que uno no alcance a descubrir la dimensión personal de quienes le rodean–). Cada ser humano ocupa un puesto en el cosmos que solamente él puede llenar. Ese carácter de unicidad e irrepetibilidad se des- cubre en la intimidad, en su mundo interior. Y esa intimidad es un dentro vivo. La intimidad no es una cosa estática, inmóvil, sino que tiene un cierto carácter que me atrevería a llamar fontanal. Muchas veces estoy tentado de comparar la persona humana a una fuente, a un manantial: alguien que surje , que brota y renueva irrigando su entorno. Es una metáfora y como tal no se adapta per- fectamente a la idea de la intimidad personal. Tiene muchas limi- taciones, pero nos puede servir. La intimidad de la persona tiene un cierto carácter de manan- tial. De la fuente surge lo que antes no estaba, por ejemplo senti- mientos, pensamientos, anhelos, deseos, ilusiones; en ella ocurre lo nuevo (hay ocurrencias), puesto que la intimidad personal es inventiva. La intimidad de la persona es creativa y creadora, y por tanto es fuente de novedades. Y eso lo vemos a diario: el hombre (para bien o para mal) es capaz de llenar de cosas nuevas su en- torno. La persona es única e irrepetible, las ocurrencias y las noveda- des que surgen de ella, también: cada hombre en el mundo es, cuando menos, un nuevo punto de vista, una novedad en sentido
14 Ricardo Yepes estricto. Y por lo tanto, en cierto sentido, se puede decir que sus problemas, en la medida en que son la primera vez que le pasan, es también la primera vez que ocurren en el mundo. Puede haber- se enamorado mucha gente a lo largo de la historia de la humani- dad, pero mi relación con la persona que amo es, estrictamente, inédita. Insisto: es sumamente importante ir advirtiendo este ca- rácter inédito de la interioridad de la persona, un surgimiento de novedades que muchas veces son imprevisibles. Es ya algo clásico decir que la persona es un QUIÉN un alguien, no un QUÉ, un algo. La persona no es una cosa, posee un carácter irrepetible, no es como una silla, un vaso o un micrófono. Desig- narla como quién , es aludir a esta intimidad incomunicable que somos cada uno. En este sentido, Julián Marías gusta decir que “la persona es un alguien corporal”. Centrémonos en la palabra al- guien. Aquí es donde empiezan a surgir las cuestiones realmente interesantes. Por ejemplo, si admitimos que en la persona humana hay un núcleo invisible a la vista, puesto que es interior – está de- ntro de cada uno– podríamos contestar a la siguiente pregunta: ¿ se puede destruir ese núcleo de la persona humana?, ¿se puede romper? Fijémonos en lo siguiente: por encarcelar a una persona, o so- meterla a tortura, no se consigue - si ella no quiere- modificar sus convicciones. Tal vez se puedan dañar a su persona, doblegando su voluntad por la violencia y por lo tanto tratándola como si no fuera lo que es, un agente libre. Pero tal destrozo sólo se puede lograr en situaciones límite y no siempre se consigue llevar a cabo (basta recordar tantos casos de secuestros en que la víctima no perdía en ningún momento su dignidad; o a Maximilian Kolbe en su campo de concentración, destacando frente a la bestialidad de sus guardianes). Hay una libertad interior que, si nos encontramos ante un ser humano sabedor de su propia grandeza, de su excelen- cia, virtuoso, no queda rota ni quebrantada por la supresión exter- na y física de la libertad. ¿No sería eso un indicio de que el núcleo íntimo de la persona es indestructible? Probablemente sí. Santo Tomás de Aquino llegaba a afirmar que “ni el hombre ni el ángel pueden más que persuadir o incitar las pasiones, pero nunca llega-
16 Ricardo Yepes la libertad y al amor, empiezan a aparecer cosas sumamente inte- resantes. 3. La Manifestación Pero antes de ahondar en esto querría seguir con el desarrollo de las notas de la persona. La intimidad era la primera. La segun- da es el correlato de la primera: la persona humana tiene un mun- do interior, y este puede hacerse visible si se vierte hacia afuera, si la persona, cada quien , es capaz de convertir la interioridad en una exterioridad. Esto es la segunda nota y, también, la segunda de las metáforas a las que me refería: interior–exterior es una pareja de conceptos muy adecuada para entender a la persona. Dentro es el lugar de la intimidad , y fuera es la expresión de esa intimidad. Pero, ¿cómo se manifiesta hacia afuera el mundo interior? En primer lugar a través del cuerpo – y especialmente a través del rostro–: la expresión de la interioridad personal es cor- poral. Hay un lugar del cuerpo donde esa interioridad asoma de manera especialmente viva y profunda: el rostro y, especialmente, la mirada. Creo que es una experiencia universal: tanto el cariño como el desprecio se traducen en gestos de acogida (caricias, abrazos: la ternura es referencia a un lugar seguro, un cuerpo, un refugio) o de rechazo (golpes, rictus : no mirar a alguien a los ojos significa ignorarle o temerle). La mirada de la persona humana y su rostro son un reflejo del carácter único e irrepetible de la interioridad personal. No hay dos rostros iguales; el rostro expresa el carácter irrepetible de la per- sona. A través del rostro y del cuerpo se manifiesta la intimidad personal. El cuerpo sirve para expresar la interioridad. Otro vehí- culo de esta expresión es el lenguaje. Es otro modo de que el ca- rácter íntimo del mundo interior de la persona no quede recluido. Pero expresar la intimidad no quiere decir ser algo extraño a ella. El mismo cuerpo está en la intimidad. Por eso uno se viste; por eso cuando se hace referencia pública e inesperada de uno la reacción habitual es el sonrojo, el pudor, ese saber que hay una
La persona y su intimidad 17 realidad propia que probablemente no deba pasar por el conoci- miento o las manos de todos. En relación al cuerpo humano hay un sentimiento espontáneo que nos lleva a encubrirlo: el hombre no se viste sólo porque haga frío; sino porque su cuerpo forma parte de su intimidad. Uno puede mostrar su interioridad a quien quiera, pero se muestra de manera muy selectiva. Por eso quienes son unos desvergonzados , o quienes comercian con una fría expo- sición de cuerpos como si fueran cosas y no realidades personales, quienes convierten su propia intimidad o la de otros en un señue- lo, en ocasión de negocio o en vehículo de extorsión o de amena- za, entran en la categoría de lo que las sociedades siempre han llamado despreciable. Derrochar un tesoro es estúpido, derrochar- se a sí mismo, locura. Lo íntimo se da en el cuerpo, y en lo que es adscribible al cuer- po. En concreto es interesante destacar la importancia del hogar. El hogar es una especie de expansión de la intimidad. La propia casa, la propia habitación, el armario, el cajón donde uno guarda sus secretos, sus diarios de adolescente o las poesías que nunca se ha atrevido a enseñar a nadie, son expresiones de la intimidad. La propia habitación entra en la dimensión propia del sentido del pu- dor. Otro ejemplo cada vez más cotidiano: si me encuentro frente al ordenador y escribo, y viene alguien y se pone a mirar, la situa- ción es siempre incómoda. Lo que yo escribo es expresión de quién soy, y por ello tengo que ser yo quien abra la puerta del permiso para que otros accedan, pues al conocer lo que hago, mis gustos, mis escritos, no conocen simplemente una cosa , sino que me conocen a mí. 4. El Diálogo y el Dar Hasta aquí la intimidad. Veamos ahora la tercera característica de la persona que voy a resumir en una sola palabra: diálogo. La condición dialógica de la persona. Con ello estamos queriendo decir que la apertura a los demás forma parte de la estructura de lo personal.
La persona y su intimidad 19 das a aceptar la invitación de alguien por ejemplo a una comida, el otro reaccione diciendo que si no aceptas se sentirá ofendido. El tema del regalo se ve todavía más claro en el caso del per- dón. Perdonar es una acción humana que solamente se puede dar entre dos: tiene que haber uno que solicite el perdón y otro que lo dé. Y, a su vez, el que ha pedido el perdón tiene que aceptar que el otro le perdone. Amar, hacer un regalo, perdonar son acciones estrictamente dialógicas que, por lo tanto, solamente tienen lugar entre dos personas, lo mismo que dar_. No hay yo sin tú_. Las capa- cidades humanas más altas y nobles solamente se cumplen cuando hay un destinatario que las recibe y las acepta. Otro ejemplo que nos sirve es la acción de enseñar: para poder enseñar tiene que haber alguien que aprenda. Si el que debería aprender no lo hace, entonces uno no ha enseñado nada. Se exige un equilibrio y una relación entre dos. El monólogo es estéril. Las capacidades humanas más altas y realmente más interesantes son aquellas que se ejercitan respecto de otra persona. Se dan en una apertura al diálogo. Por eso, el paradigma moderno de que la Ciencia – la transfor- mación técnica del mundo– que se presentaba como lo más alto que el hombre puede realizar, ya no nos presenta visos de credibi- lidad porque estamos convencidos de que el verdadero interlocu- tor del hombre no es su propio poder respecto de la naturaleza, sino el mismo hombre entendido como el otro. El otro es el que me puede perdonar, aprender lo que le enseño, enseñarme lo que sabe, aceptar lo que le doy, entender lo que le digo. Lo realmente radical en el hombre no es transformar la natura- leza, no es observar las estrellas y descubrir los secretos últimos del universo sino, en todo caso, hacerlo con otros y para otros. El destino de la actividad humana son las demás personas, el destino de lo que yo hago tiene que ser alguien : la soledad es la frustra- ción de la persona. De lo dicho me parece que es fácil deducir una cosa. La visión del hombre que surge de la exposición dialógica de la persona humana no tiene nada que ver con ese modo de entender la liber- tad que consiste en decir cosas como: ‘Haz lo que quieras. Ése es
20 Ricardo Yepes tu problema: tú déjame también a mí mientras que no nos interfi- ramos’, ‘mientras yo no te moleste o no te perjudique, no te metas en mis asuntos’. Es evidente que estos planteamientos no son dia- lógicos, sino más bien individualistas , con una invitación más que tácita a cierta soledad y a una indiferencia respecto de los otros. ‘Si yo a ti no te molesto, déjame en paz. ¿Por qué no vamos a res- petarnos? Seamos tolerantes’. Un modelo así de libertad está tre- mendamente extendido. Un ejemplo muy claro – además de esa ambigua noción de tolerancia , acuñada como una anulación de la idea de verdad en el mundo práctico– es la extensión de la idea anglosajona de privacy. Pero no es una idea neutra, sino que está cargada de problemas. Por un lado trata de anular la exposición que hasta aquí se ha sos- tenido, dejando lo supremo del hombre en la suprema soledad. Por otro, es un mal planteamiento si lo que se busca es cierta orienta- ción en la acción moral. Si resulta que yo puedo elegir lo que quiera mientras no perjudique a los demás, el único criterio con el que cuento para distinguir lo bueno y lo malo es mi apetencia en tanto que no perjudique a los otros. Pero saber qué puede perjudi- car a los demás es una cosa tan difícil que es probable que lo que suceda es que me desoriente respecto de lo que debo hacer. Dar, recibir, interioridad, intimidad. Son notas definitorias de la persona. Quizás, tras la exposición que llevamos actualmente, al- guien se podría preguntar si no nos estamos moviendo en un nivel excesivamente idealizado. Algo así hicimos notar al hablar del carácter indestructible de la intimidad. ¿Estamos seguros de eso?, ¿no son necesarias unas condiciones mínimas de humanidad y bienestar para poder ser quien soy, para poder vivir la virtud?^3 , ¿no hemos oído todos hablar de la eficacia de los medios de tortu- ra física o psicológica? Estas preguntas tocan un punto importan- (^3) La tradición aristototélica así lo señala. Por ejemplo, Tomás de Aquino dirá que para poder vivir la virtud, además de vivir virtuosamente, es nece- sario un mínimo de bienes corporales ( De Regno , nº49; cf. Suma Teológica I-II, q.4 a.7). Algo similar parece decir la Ética a Nicómaco en sus continuas referencias a la fortuna como condición de la felicidad (n. del ed.)