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RESUMEN DE ESTUDIO LA MAQUINARIA ESCOLAR PROSPECTIVA DE LA EDUCACIÓN
Tipo: Resúmenes
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Xiomara y Miranda, Camila
La maquinaria escolar Los poderosos buscan en épocas remotas y en civilizaciones prestigiosas (Grecia y Roma clásica) el origen de las nuevas instituciones que constituyen los pilares de su posición socialmente hegemónica. De esta forma, intentan ocultar las funciones que las instituciones escolares cumplen en la nueva configuración social al mismo tiempo que enmascaran su propio carácter advenedizo en la escena socio-política.
En todo caso si la escuela existió siempre y en todas partes, no solo está justificando que siga existiendo, si no que su universalidad y eternidad la hacen tan natural como la vida misma convirtiendo, de rechazo, su puesta en cuestión en algo impensable o antinatural.
La escuela primaria, en tanto que forma de socialización privilegiada y lugar de paso obligatorio para los niños de las clases populares, es una institución reciente cuyas bases administrativas y legislativas cuentan con un poco más de un siglo de existencia. De hecho, la escuela pública, gratuita y obligatoria ha sido instituida por Romanones a principios del siglo XX convirtiendo a los maestros en funcionarios del Estado y adoptando medidas concretas para hacer efectiva la aplicación de la reglamentación que prohibía el trabajo infantil antes de los diez años. La escuela no existió siempre, de ahí la necesidad de determinar sus condiciones históricas de existencia en el interior de nuestra formación social.
En realidad está maquinaria de gobierno de infancia no apareció de golpe sino que ensambló e instrumentalizo una serie de dispositivos que emergieron y se configuraron a partir del siglo XVI.
Las condiciones sociales de aparición de una serie de instancias a nuestro juicio fundamentales que, al coagularse a principios de este siglo, permitieron la aparición de la llamada escuela Nacional:
1- La definición de Estatuto de infancia.
2- La emergencia de un espacio específico destinado a la educación de los niños.
3-La aparición de un cuerpo de especialistas de la infancia dotados de tecnologías específicas y de elaborados códigos teóricos.
4- La destrucción de otros modos de educación.
5- La institucionalización propiamente dicha de la escuela: la imposición de la obligatoriedad escolar decretada por los poderes públicos y sancionados por las leyes.
Definición de Estatuto de infancia
dispositivos institucionales concretos; y si en último extremo el poderoso arte de la educación fracasa, puede echarse la culpa la mala índole de los sujetos.
Puede resaltarse 3 influjos, que parecen haber sido decisivos en la Constitución progresiva de la infancia:
A. La acción educativa institucional ejercida en espacios tales como colegios, hospicios, hospitales, albergues, casas de doctrina, seminarios.
B. La acción educativa de la recién estrenada familia cristiana.
C. Una acción educativa difusa, está vinculada a las prácticas de recristianización.
En los colegios jesuitas, no funcionaba la separación por edades en un principio: la entrada podía hacerse desde los 6 años hasta los 12 y era el nivel de instrucción, marcado sobre todo por el nivel de conocimiento del latín, el que servía para agrupar a pequeños y mayores. Pero, poco a poco, se gradúan más las enseñanzas y se separa a los mayores de los pequeños fundamentalmente por razones morales y de disciplina. En el caso de que dichos colegios fuesen internados, se admitía, que el alumno estuviese acompañado de su servidumbre la cual pronto será acusada de secundar y urdir sus felonías. Al fin, el joven distinguido tendrá que hacer frente el solo al encierro.
Los tratados dirigidos a la institución de la familia moderna, señalan los papeles que marido y mujer tendrán que desempeñar respecto a los más variados asuntos: gobierno y administración de la hacienda, criados, familiares, relaciones entre esposos, y, por supuesto, nutrición y cuidado de los hijos. A cambio de una custodia y supervisión permanente, los moralistas ofrecen a los padres el amor, la obediencia y el respeto de sus hijos. El amor natural entre padres e hijos, será posible si los padres ejercen su amorosa influencia sobre la prole desde muy pronto. A la madre le ofrecen, los poderes de gobernar y regir la casa, aleccionar a la servidumbre, morigerar al esposo, y sobre todo nutrir y educar a sus hijos.
A estas prácticas educativas familiares e institucionales se añade una policía multiforme de los jóvenes: dirección espiritual, imposición de un lenguaje puro y casto, prohibición de cantares y juegos deshonestos y de azar, prohibición de dormir en el mismo lecho con otros niños o adultos, alejamiento del vulgo, empleo de libros expurgados, impresión de estampas, catecismo, instrucción, tratados de urbanidad, multiplicación y generalización de temas relacionados con la infancia: el niño Jesús, el ángel de la guarda, los niños modelo, los niños inocentes, los niños santos, el limbo de los niños, y la creación de fiestas religiosas entre las que sobresale la primera comunión. De este modo se llega al siglo XVIII con una infancia inocente y razonable.
Uno de los grandes méritos de Philippe Aries es haber demostrado que la infancia, tal como hoy la percibimos, se comienza a configurar fundamentalmente a partir del siglo XVI. En la Edad Media no existía una percepción realista y sentimental de la infancia: el niño desde que era capaz de valerse por sí mismo se
integraba en la comunidad y participaba, en la medida en que sus fuerzas se lo permitían, de sus penalidades y alegrías. En el siglo XVII una primera infancia: el bambino o niño pequeño, especie de juguete divertido y agradable para los miembros de las clases altas. En el siglo XVIII siempre en relación con dichas clases: infancia y adolescencia se separan definitivamente; y ya en el siglo XIX él bebe aparece como nueva figura. Las clases populares siguen confiriendo a la infancia, como manifiestan en su lenguaje, un carácter amplio e impreciso: se sale de ella cuando se sale de la dependencia.
En el siglo XVII, el niño noble o burgués deja de vestirse como los adultos iniciándose así una moda particular para él, son los niños y no las niñas, los primeros a los que afecta la especialización en el vestir, del mismo modo que serán los primeros en frecuentar los colegios.
Ante juegos y diversiones también adoptaran una nueva actitud moral los reformadores: los juegos de dinero y azar, las danzas, comedias y demás espectáculos públicos serán en caso extremo tolerados por ellos pero nunca bien vistos.
Los jesuitas innovaran en este campo: no prohibirlos sino canalizarlos, orientándolos convenientemente; juegos, danzas y representaciones teatrales formaran parte de su programa educativo sirviendo para cultivar el cuerpo y el espíritu.
La infancia rica va a ser ciertamente gobernada, pero su sumisión a la autoridad pedagógica y a los reglamentos constituye un paso para asumir mejor más tarde funciones de gobierno. La infancia pobre, por el contrario, no recibirá tantas atentaciones siendo los hospitales, los hospicios y otros espacios de corrección los primeros centros-piloto destinados a moderarla.
El sentimiento de infancia, no existirá entre las clases populares hasta el siglo XIX, siendo la escuela obligatoria uno de sus instrumentos constitutivos y propagadores.
Emergencia de un dispositivo institucional: el espacio cerrado
A partir de un determinado periodo, se produce un cambio considerable en el estado de las costumbres que he analizado. La escuela sustituye al aprendizaje como medio de educación. Esto significa que el niño deja de estar mezclado con los adultos y deja de conocer la vida directamente en contacto con ellos. AL niño se lo mantiene separado, en una especie de cuarentena, antes de dejarlo en el mundo. Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza así un largo proceso de encierro de los niños que no cesara de extenderse hasta nuestros días y que se llama escolarización.
Las órdenes religiosas dedicadas a la educación de la juventud se preocuparan de proporcionar a los religiosos que se ocupen en tal menester una formación especial. Y es que en realidad es preciso señalar que la constitución de la infancia y la formación de profesionales dedicados a su educación con las dos caras de una misma moneda. Sera en colegios donde se ensayen formas concretas de transmisión de conocimientos y de moldeamiento de comportamientos que mediante ajustes, transformaciones y modificaciones a lo largo de los siglos, supondrán la adquisición de saberes regulados acerca de cómo puede resultar más eficaz la acción educativa.
El castigo físico tendera cada vez más a ser reemplazado por una vigilancia amorosa, una dirección espiritual atenta, una organización cuidada del espacio y del tiempo, una programación de los contenidos y una aplicación de métodos de enseñanza que además de mantener a los alumnos dentro de los limites correctos los estimulan al estudio y a convertirse en caballeros católicos perfectos.
La Ratio Studiorum reglamenta la ocupación del espacio y del tiempo de forma tal que el alumno queda aprisionado en una cuadricula y difícilmente podrá cuestionar la separación por secciones, los frecuentes ejercicios escritos, los distintos niveles de contenido, los premios, recompensas y certámenes a los que se ve sometido. Tendrá que estar permanentemente ocupado y activo. Se comprende fácilmente que el mérito individual y el éxito escolar encuentren aquí su caldo de cultivo en contraste con las Universidades medievales donde el esfuerzo individual no obtenía recompensas inmediatas y los escasos exámenes eran tan solo una formalidad para los que asistían a los cursos.
Este nuevo estatuto del maestro en tanto autoridad moral implica que además de poseer conocimientos solo él tiene las claves de una correcta interpretación de la infancia así como del programa que los colegiales han de seguir para adquirir los comportamientos y los principios que corresponden a su condición y edad.
Todo un conjunto de saberes van a ser extraídos del trato directo y continuo con estos seres encerrados., saberes relacionados con el mantenimiento del orden y la disciplina en las clases, el establecimiento de niveles de contenido, la invención de nuevos métodos de enseñanza y, un conocimiento de lo que hoy se denomina organización escolar, didáctica, técnicas de enseñanza y otras ciencias sutiles de carácter pedagógico que tuvieron sus comienzos en la gestión y el gobierno de los jóvenes.
Los escolapios presentan semejanzas, al menos formales, con los jesuitas. Los escolapios se preocupan también por la formación de sus maestros, por los libros que han de leer a sus alumnos, por los métodos y técnicas de enseñanza. Sin embargo su sistema de disciplina y penalidad pedagógica difieren del de los jesuitas. Son los únicos en los países católicos que recogen y depositas a los niños en sus casas, los acompañan formando filas y cantando canciones
religiosas con el fin de sustraerlos a los peligros de las calles y realizan al mismo tiempo una labor de apostolado con sus familias.
Esta especificidad de las actividades de enseñanza en función del origen social de los alumnos se hará patente en el momento en que el Estado pretenda, de acuerdo con los intereses de la burguesía, generalizar e imponer una formación para los hijos de las clases populares. Los nuevos especialistas recibirán ahora una formación controlada por el Estado e impartida en instituciones especiales, las Escuelas Normales. EL objetivo primordial es que desempeñe funciones acordes con la nueva sociedad en vías de industrialización.
El Estado espera que el maestro se integre en una política de control encaminada a establecer las bases de la nueva configuración social a través de la imposición del castellano como lengua nacional, el empleo de técnicas para que los niños aprendan los rudimentos de la lectura, la escritura y el cálculo que los capacite para conocer y cumplir los deberes ciudadanos y la propagación del nuevo sistema métrico decimal, indispensable para la formación de un mercado nacional. La idea de patria y unidad política estará a su vez cimentada en la enseñanza de una geografía y una historia. EL maestro no posee tanto un saber cuánto técnicas de domesticación, métodos para condicionar y mantener el orden, no transmite conocimientos como una moral adquirida en su propia carne a su paso por la Normal. La Normal hará del maestro un ser desclasado en perpetua aspiración de reclasamiento.
La posición social del maestro, las características institucionales de la escuela obligatoria, lo intereses del Estado, lo métodos y técnicas de transmisión del saber y el propio saber escolar contribuyen a modelar un nuevo tipo de individuo, dividido, individualizado, un sujeto “esquizoides” que ha roto los lazos de unión y solidaridad con su grupo de origen y que, no puede integrarse en otros grupos dominantes, entre otras cosas porque el carácter elemental de las conductas y de los conocimientos aprendidos es la escuela lo impiden.
Destrucción de otras formas de socialización La escuela es una institución social que emerge enfrentándose a otras formas de socialización y de transmisión de saberes que se verán relegadas y descalificadas por su puesta en marcha. El proceso de destrucción y desvalorización de formas de vida diferentes y autónomas respecto al poder político se inicia con la aparición de los colegios jesuitas. Estos, suponen una transformación de los modos de educación propios de las clases dominantes del antiguo régimen. La nobleza se ve obligada, a medida que avanza el siglo XVII, a sustituir a los preceptores de sus hijos por los colegios de nobles regentados por la compañía de Jesús. Los colegios inaugurarán una nueva forma de socialización que rompe con la relación existente entre aprendizaje y formación; relación que existía tanto en los oficios manuales, como en el oficio de armas e incluso en otras “ocupaciones liberales” como medicina, arquitectura, etc.
a la inculcación del moderno sentimiento familiar en las clases trabajadoras. Durante la burguesía del siglo XIX la escuela servirá para preservar a la infancia pobre de este ambiente de corrupción, librarla del contagio y de los efectos nocivos de la miseria e individualizarla donde es más fácil manipularla, por su propio bien y convertirla en punta de lanza para la propagación de la nueva institución familiar y del orden social burgués. El niño popular nace de esta violencia legal que lo arranca de su medio, su clase, su cultura para convertirlo en una mercancía de la escuela, un geranio, una planta doméstica. La escuela al igual que el colegio de jesuitas hará suya la concepción platónica de los dones y aptitudes: si el niño fracasa se debe a que es incapaz de asimilar esos conocimientos y hábitos tan distantes de los de su entorno, por lo tanto es culpa suya y el maestro no dudará en recordárselo, lo que a veces significa enviarlo a una escuela especial para deficientes.
Institucionalización de la escuela obligatoria y control social La educación de las clases populares y la instrucción y formación sistemáticas de sus hijos en la escuela nacional forman parte de las medidas generales de buen gobierno “ el obrero es pobre y fuerza es socorrerle y ayudarle; el obrero es ignorante y se hace urgencia instruirle y educarle; el obrero tiene instintos aviesos y no hay más recurso que moralizarle si se quiere que las sociedades o los estados tengan paz, armonía, salud y prosperidad” decía el programa político destinado a resolver la cuestión social, la lucha de clases en el interior de la cual la educación ocupa un papel primordial. Una serie de medida destinada al control de las clases populares comienza a aplicarse:
El niño obrero constituirá un blanco privilegiado de esta política de transformación de los sujetos. El niño debe ser cuidado, protegido, y educado para obtener de él más adelante los máximos beneficios económicos y sociales. De su educación se esperan los mejores frutos. La educación del niño obrero tiene como objetivo inculcarle la virtud de la obediencia y a sumisión a la autoridad y la cultura legitima. Como en el siglo XIX se decía que costaban menos las escuelas que las rebeliones las instituciones de pobres traían grandes beneficios a las instituciones de poder. Emerge pues la escuela como un espacio de tratamiento moral en el interior de los antagonismos de clase que durante todo el siglo XIX enfrentan a la burguesía y a las clases proletarias. El maestro aplicará a las clases obreras, artesanas y campesinas las nociones de singularidad y especificidad infantil. El maestro al sentirse superior a las masas ignorantes no admitirá sus formas de vida familiar, higiénica y educativa. En la escuela, los niños se verán sometidos a toda una gimnastica continua que les es extraña: saludar con deferencia al maestro, sentarse correctamente, permanecer en silencio en inmóviles, hablar bajo y después de haberlo solicitado, levantarse y salir ordenadamente. El espacio escolar tratará de inculcarles que el tiempo es oro y el trabajo de disciplina y, que para ser mujeres y hombres de principios y provecho, han de renunciar a sus hábitos de clase. El maestro pasa a ser un funcionario público, obligado a romper lazos de compañerismo, amistad y solidaridad entre sus alumnos inculcando la delación, la competitividad, las comparaciones, la rivalidad en las notas, la separación entre buenos y malos alumnos. A los métodos de individualización de estas instituciones cerradas se le suma el pupitre, destinado al aislamiento, inmovilidad corporal, rigidez y máxima individualización que permitirá la emergencia de técnicas complementarias destinadas a multiplicar la sumisión del alumno.