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es el discurso de Gabo cuando fue premio novel de literatura
Tipo: Apuntes
Subido el 23/04/2021
2 documentos
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Gabriel García Márquez Escritor (Colombia).
Para la Universidad para la Paz, el día en que sucedió este discurso.
n minuto después de la última ex- plosión, más de la mitad de los se- res humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados in- vertirá el tiempo de los océanos y vol- teará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ar- dientes, y cuyos pájaros no encontra- rán el cielo. Las nieves perpetuas cu- brirán el desierto del Sáhara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruida por el granizo, y la era del rock y de los corazones trans- plantados estaría de regreso a su in- fancia glacial. Los pocos seres huma- nos que sobrevivan el primer espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para mo- rir después por el horror de sus re- cuerdos. La Creación habrá termina- do. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas.
Señores presidentes, señores pri- meros ministros, amigas, amigos:
Esto no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión anticipada de un desas- tre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la explosión —dirigi- da o accidental— de sólo una parte
mínima del arsenal nuclear que duer- me con un ojo y vela con el otro en las santabárbaras de las grandes poten- cias. Así es: hoy, seis de agosto de 1986, existen en el mundo más de cincuen- ta mil ojivas nucleares emplazadas, en términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión total puede eliminar doce veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación de esta amenaza colosal, que pende de nuestras cabezas como un cataclismo de Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que giran alrededor del sol, y de influir en el equilibrio del Sis- tema Solar. Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la in- dustria nuclear desde su origen, hace cuarenta y un años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha teni- do nunca tanto poder de determina- ción sobre el destino del mundo. El único consuelo de estas simplifi- caciones terroríficas —si de algo nos sirven— es comprobar que la preser- vación de la vida humana en la Tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear. Pues, con el solo hecho de existir, el tremendo apocalipsis cautivo en los silos de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos.
En la asistencia infantil, por ejem- plo, esto es una verdad de aritmética primaria. La UNICEF calculó en 1981 un programa para resolver los proble- mas esenciales de los quinientos mi- llones de niños más pobres del mun- do, incluidas sus madres. Comprendía la asistencia sanitaria de base, la edu- cación elemental, la mejora de las condiciones higiénicas, del abasteci- miento de agua potable y de alimenta-
ción. Todo esto parecía un sueño im- posible de cien mil millones de dóla- res. Sin embargo, ése es apenas el cos- to de cien bombarderos estratégicos B-1B, y de menos de siete mil cohetes Crucero, en cuya producción ha de in- vertir el gobierno de los Estados Uni- dos veintiún mil doscientos millones de dólares. En la salud, por ejemplo: con el costo de diez portaviones nucleares Nimitz, de los quince que van a fabri- car los Estados Unidos antes del año 2000, podría realizarse un programa preventivo que protegiera en esos mismos 14 años a más de mil millones de personas contra el paludismo, y evitara la muerte —sólo en África— de más de catorce millones de niños.
En la alimentación, por ejemplo: el año pasado había en el mundo, según cálculos de la FAO, unos quinientos setenta y cinco millones de personas con hambre. Su promedio calórico in- dispensable habría costado menos de ciento cuarenta y nueve cohetes MX, de los doscientos veintitrés que serán emplazados en Europa Occidental. Con veintisiete de ellos podrían com- prarse los equipos agrícolas necesa- rios para que los países pobres ad- quieran la suficiencia alimentaria en los próximos cuatro años. Ese progra- ma, además, no alcanzaría a costar ni la novena parte del presupuesto mili- tar soviético de 1982.
En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos Tri- dente, de los veinticinco que planea fabricar el gobierno actual de los Esta- dos Unidos, o con una cantidad simi- lar de los submarinos Typhoon que está construyendo la Unión Soviética, podría intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial. Por otra parte, la construcción de las escuelas y la calificación de los maestros que ha- rán falta al Tercer Mundo para aten- der las demandas adicionales de la
(*) Tomado de García Márquez, Gabriel: El ca- taclismo de Damocles / The doom of Damocles, Editorial Universidad para la Paz, Editorial Univer- sitaria Centroamericana, San José, 1986
educación en los diez años por venir, podrían pagarse con el costo de dos- cientos cuarenta y cinco cohetes Tri- dente II, y aún quedarían sobrando cuatrocientos diecinueve cohetes para el mismo incremento de la educación en los quince años siguientes.
Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer Mundo y su recupera- ción económica durante diez años, costaría poco más de la sexta parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo. Con todo, frente a este despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y doloroso el despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande continente de sabios ja- más reunido para empresa alguna en la historia de la humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio neutral no es allá sino aquí en esta mesa, y cuya libera- ción es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la edu- cación y la justicia, lo único que pue- de salvarnos de la barbarie: una cultu- ra de paz.
A pesar de estas certidumbres dra- máticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Ahora, mientras almorzamos, se construyó una nueva ojiva nuclear. Mañana, cuando despertemos, habrá nueve más en los guadarneses de muerte del hemisferio de los ricos. Con lo que costaría una sola alcanzaría —aunque sólo fuera por un domingo de oto- ño— para perfumar de sándalo las ca- taratas de Niágara.
Una gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros pla- netas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de los dioses en el último suburbio de la gran patria universal. Pero la sospe- cha creciente de que es el único sitio del Sistema Solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las ar- mas va en sentido contrario a la inte- ligencia.
Y no sólo de la inteligencia huma- na, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa in- clusive a la claridad de la poesía. Des- de la aparición de la vida visible en la tierra debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para fabricar una rosa sin otro com- promiso que el de ser hermosa, y cua- tro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del bisabuelo pitecantropo, fueran capaces de can- tar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en cambio, haber concebido el modo en que un proceso multimilenario tan dispendioso y co- losal, pueda regresar a la nada de don- de vino por el arte simple de oprimir un botón.
Para tratar de impedir que eso ocu- rra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y una paz
con justicia. Pero aun si ocurre —y más aún si ocurre— no será del todo inútil que estemos aquí. Dentro de millones de millones de milenios des- pués de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies, será quizás coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de inte- ligencia y la paz, de todos nosotros de- pende que los invitados a esa corona- ción quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos temores de hoy. Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de so- brevivir al diluvio atómico. Una bote- lla de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contar- le las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufri- miento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginar- nos la felicidad. Y que sepa y haga sa- ber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desas- tre, y cuán sordos se hicieron a nues- tros clamores de paz para que ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borra- ron del Universo.