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nos muestra como se realizo la conquista y masacres
Tipo: Apuntes
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Capítulo 6 LA CONQUISTA ESPAÑOLA Y LAS COLONIAS DE AMÉRICA
LOS ANTECEDENTES DE LA CONQUISTA «Quien no poblare, no hará buena conquista, y no conquistando la tierra, no se convertirá la gente: así que la máxima del conquistador ha de ser poblar.» Estas palabras corresponden a uno de los primeros historiadores de las Indias, Francisco López de Gomara.^1 La filosofía que encierra es la de
su señor, el más grande de los conquistadores, Hernán Cortés. Esta filosofía fue la que prevaleció en la empresa española de Ultramar en el siglo xvi e influyó mucho en la formación de la América española. Pero su éxito no era inevitable, ni se consiguió sin luchas. Hay muchos caminos por los cuales una sociedad agresiva puede expandir los límites de su influencia, y existen precedentes de todos ellos en la España medieval.
La reconquista —el gran movimiento hacia el sur de los reinos cristianos de la península Ibérica para recuperar la región ocupada por los moros— ilustró parte de las múltiples posibilidades de las que se podrían extraer estos precedentes. En la lucha a lo largo de la frontera que separaba la Cristiandad del Islam, la reconquista fue una guerra que ensanchó los límites de la fe. También ésta fue una guerra por la expansión territorial, dirigida y regulada, si no siempre controlada, por la corona y las grandes órdenes militares y religiosas, las cuales adquirieron vasallos a la vez que inmensas extensiones de tierra en el proceso. Fue una típica guerra de frontera, con rápidas incursiones en busca del saqueo fácil, ofreciendo oportunidades para el rescate y el trueque, y para premios más intangibles como el honor y la fama. Fue una emigración de la gente y su ganado en busca de nuevos hogares y nuevos pastos. Fue un proceso de asentamiento y colonización controlados, basado en el establecimiento de ciudades, a las cuales se concedían
fícar invadir, saquear y avanzar. Conquistar en el primer sentido da primicia a la ocupación y explotación de la tierra. En el segundo sentido, se concibe como poder y riqueza en una forma mucho menos estática, en términos de posesión de objetos portables, como el oro, los botines y el ganado, y de señoríos sobre vasallos más que de propiedad de la tierra. Movilidad significaba aventura, y la aventura en una sociedad militar aumentaba enormemente las oportunidades para mejorar la situación de uno mismo a los ojos de los compañeros. El deseo de «ganar honra» y «valer más» era una ambición central en la sociedad de la Castilla medieval, basada en la conciencia del honor y los límites que imponía el rango. El honor y la riqueza se ganaban más fácilmente con la espada y merecían formalizarse en una concesión de status más alto por un soberano agradecido. De acuerdo con esta tradición,
Baltasar Dorantes de Carranza, escribió de los conquistadores de México que, aunque hubiera algunos hidalgos entre ellos, «ahora lo son por presunción todos porque toda hidalguía de su naturaleza y cosecha tuvo sus principios de los hechos y servicios del Rey». 2
La reconquista se interrumpió pero no se terminó al alcanzar poco a poco sus límites naturales dentro de la propia península Ibérica. El enclave del reino de Granada permanecería en manos de los moros hasta 1492, pero por otra parte, la reconquista cristiana de la península se completó al final del siglo xm. Como los límites de la expansión interna fueron alcanzados, las fuerzas dinámicas de la sociedad ibérica medieval comenzaron a buscar las nuevas fronteras a través de los mares, los catalanes y aragoneses principalmente hacia Sicilia, Cerdeña, norte de África y el este del Mediterráneo; los castellanos, al igual que los portugueses, hacia África y las islas del Atlántico.
La península Ibérica con su proximidad a África y su larga costa atlántica, estaba geográficamente bien situada para tomar la delantera de un movimiento de expansión hacia el oeste, en un tiempo en que Europa estaba siendo acosada por los turcos islámicos en el este. Se había desarrollado una tradición marítima ibérica en el Mediterráneo y en el Atlántico, donde los pescadores vascos y cántabros habían adquirido una rica experiencia para la futura navegación de los mares desconocidos.
La conquista de Sevilla en 1248 y el avance de la reconquista hacia el estrecho de Gibraltar le había dado a la corona de Castilla y León un nuevo litoral atlántico, cuyos puertos estaban poblados por marinos de Portugal, Galicia y la costa cantábrica. A lo largo de este litoral, la combinación de los conocimientos norteños y mediterráneos crearon una raza de marineros capaces de promover y sacar partido a los avances en la construcción naval y las técnicas de navegación. Los primeros viajes portugueses fueron realizados en cualquier embarcación razonablemente adecuada que estuviera disponible, pero a finales del siglo xv la combinación del aparejo cuadrado de los europeos del norte con la vela latina del Mediterráneo produjo en la carabela un impresionante barco para navegar en el océano, la culminación de un largo período de evolución y experimentación. Al mismo
desarrolladas en la Italia medieval tardía y trasladadas a la península Ibérica harían posible trazar un mapa del mundo en expansión. Con una región interior rica en recursos y sus relaciones con el complejo portuario andaluz, Sevilla se convirtió en la capital marítima y comercial, así como agrícola del sur de España. Servía de centro de atracción para los colonos del interior de la península —precursores de los posteriores emigrantes a las Indias— y a los mercaderes mediterráneos, especialmente a los genoveses. Durante todo el siglo xv, los genoveses se establecieron en creciente número en Lisboa y Sevilla, donde vislumbraban nuevas posibilidades para la empresa y el capital en una época en la que esas actividades estaban siendo estrechadas en Levante por el avance de los turcos. En el oeste esperaban desarrollar fuentes alternativas de abastecimientos para valiosos artículos de consumo —mercaderías, sedas y sobre todo azúcar— que se les estaban
volviendo menos accesibles en el este; y anhelaban acceder al oro del Sahara. No es sorprendente, pues, encontrar capital y conocimiento genoveses jugando un importante, y a veces decisivo, papel en empresas ibéricas de ultramar en el siglo xv. Los genoveses estaban bien representados en las expediciones a las costas de África para conseguir esclavos y oro, y apoyaron activamente el movimiento de anexión y explotación a las islas del Atlántico oriental —Canarias y Madeira, y las Azores—, donde esperaban establecer nuevas plantaciones azucareras. Pero los genoveses no eran más que un elemento, aunque muy significativo, en la empresa ibérica de ultramar a finales de la Edad Media. Portugal, en especial, tenía una importante comunidad mercantil autóctona, que ayudó a subir al trono a la casa de Avis en la revolución de 1383-1385. La nueva dinastía mantenía vínculos estrechos con mercaderes prominentes y respondieron por su cuenta a la adquisición
de nuevos mercados y nuevas fuentes de suministro de colorantes, oro, azúcar y esclavos. Pero las expediciones portuguesas de Ultramar durante el siglo xv también estaban guiadas por otros, y a veces contradictorios intereses. La nobleza, afectada por la devaluación de la moneda que redujo el valor de sus rentas fijas e ingresos, buscaba en Ultramar nuevas tierras y nuevas fuentes de riqueza. Los príncipes de la nueva casa real combinaban en varios grados su instinto adquisitivo con su fervor por las cruzadas, una sed por el conocimiento geográfico y un deseo de perpetuar sus nombres. Bajo la enérgica dirección de la casa real, esta combinación de motivaciones produjeron entre los portugueses un intenso movimiento de expansión hacia Ultramar en una época en la que Castilla no había dado más que un primer paso vacilante. La corona de Castilla
había tomado posesión nominal de las islas Canarias realizando el primer intento formal en una expedición de conquista en 1402. Pero ante la resistencia de los habitantes guanches, la conquista se retrasó, y durante gran parte del siglo xv los problemas internos y la empresa incompleta de la reconquista impidió a Castilla seguir el ejemplo portugués de una manera sistemática. A la muerte del príncipe Enrique el Navegante, en 1460, los portugueses habían penetrado 2.500 kilómetros hacia el sur, en la costa occidental de África, y se habían adentrado en el Atlántico, estableciéndose en Madeira, las Azores y las islas de Cabo Verde. África era una fuente potencial de esclavos para trabajar en las plantaciones azucareras que surgían en estas nuevas islas atlánticas anexionadas. La sociedad medieval mediterránea había logrado formar instituciones y técnicas para el comercio, el esclavismo, la colonización y las conquistas, y la participación de los genoveses en la expansión ibérica del siglo xv ayudó a
plazas comerciales, como realmente sucedía con los portugueses en las islas del Atlántico y más tarde, en Brasil. Estableciendo plantaciones azucareras, como en las Azores, siendo necesaria su colonización. Aquí, el método más barato desde el punto de vista de la corona era fomentar la responsabilidad para colonizar y explotar el territorio por una persona individual, que sería recompensada con amplios privilegios. Este sistema, por el cual el donatario, o señor propietario, era también el capitán y jefe supremo, combinaba perfectamente los elementos capitalistas y militar-señorial de la sociedad medieval mediterránea. Éste fue usado por la corona portuguesa en el siglo xv para explotar tanto Madeira como Azores, y en 1534 se extendería al Nuevo Mundo, cuando Juan III dividió el litoral brasileño en doce capitanías hereditarias.
Los castellanos, entonces, pudieron aprovechar los precedentes portugueses, tanto como sus propias experiencias de la reconquista, cuando al final del siglo xv volvieron su atención hacia nuevos mundos de Ultramar. Tenían ante ellos una diversidad de opciones. Podían comerciar o podían invadir; podían establecerse o seguir viaje. La opción que eligieran estaría determinada en parte por las condiciones locales —la facilidad de ocupación, la naturaleza de los recursos a explotar— y en parte por la combinación peculiar de personas e intereses que aseguraban y dirigían las expediciones de la conquista. Inevitablemente, mucho dependía del carácter del jefe y de la clase de apoyo que fuera capaz de conseguir. El conquistador, aunque sumamente individualista, nunca estaba solo. Petenecía a un grupo bajo el mando de un caudillo, un jefe, cuya
a sus hombres, y por otro, del sentido colectivo del compromiso ante una empresa común. Los largos siglos de guerras fronterizas en Castilla ayudaron a crear esta mezcla especial de individualismo y sentido comunitario que un día hizo posible la conquista de América. El pronombre personal que se lee en todas las Cartas que Hernán Cortés enviaba desde México, se compensa con el orgulloso «nosotros» de la gente común con que hablaba uno de ellos, Bernal Díaz del Castillo, en su Relato Verdadero de la Conquista de Nueva España. Pero el gran movimiento expansio-nista que llevó a la presencia española a través del Atlántico era algo más que un esfuerzo masivo de una empresa privada que adopta temporalmente formas colectivas. Más allá de la unidad individual y colectiva había otros dos participantes que colocaron un sello indeleble en toda la empresa: la iglesia y la corona. Incluso cuando las guerras fronterizas contra los árabes prosiguieron en gran parte
por bandas de guerreros autónomos, continuaron siendo dirigidas bajo los auspicios de la iglesia y el estado. La Iglesia proveía la sanción moral que elevaba una expedición de pillaje a la categoría de cruzada, mientras el estado consentía los requerimientos para legitimar la adquisición de señoríos y tierras. La tierra y el subsuelo se encontraban dentro de las regalías que pertenecían a la corona de Castilla y, por consiguiente, cualquier tierra adquirida a través de una conquista por una persona privada no le correspondía por derecho, sino por la gracia y el favor reales. Era el rey, como supremo señor natural, quien disponía el repartimiento o distribución de